Generales 2015, 350 congresistas representan 25.349.824 votantes. La representación perfecta, se produce si cada congresista computa por 72.428 votantes, resultado de dividir votantes entre congresistas. No es nuestro caso: entre los partidos de ámbito nacional, y a pesar de la irrupción de los emergentes, PP y PSOE obtienen más poder político (escaños) que apoyo electoral (votos). La reforma del sistema electoral para ganar en proporcionalidad es un clamor entre los partidos perjudicados. El contrargumento de la representación perfecta es la ingobernabilidad. Un sistema representativo excesivamente proporcional, se dice, dispersa demasiado los escaños y dificulta la formación de mayorías de gobierno. El argumento trata de justificar los sistemas electorales no proporcionales y parece haberse instalado en el sentido común.

Pues bien, aún con nuestro desproporcionado sistema electoral, las elecciones del 20-D han rendido unos resultados que presentan evidentes dificultades para la formación y el mantenimiento de un gobierno, y algunas voces apuntan la posibilidad de repetir las elecciones. Admitida la dificultad, el salto argumental a la ingobernabilidad y la repetición de elecciones no es lógicamente admisible. La gobernabilidad no es incumbencia del cuerpo electoral pues no se puede planificar que vote de una determinada manera. La gobernabilidad es responsabilidad del parlamento, un compromiso que debe ser irrenunciable. Indudablemente la dispersión de escaños aumenta la complejidad pero precisamente el trabajo de nuestros representantes es gestionar obstáculos, cuando se presentan, y aportar soluciones, contribuyendo y cediendo razonablemente, es decir, guardando cierta proporción con la cuota de representación de cada parte.

La DGT pide a los conductores que escalonen la salida en las operaciones retorno, pero un conductor individual no puede escalonar nada sino se coordina con otros. Tal vez, siendo optimistas, los vecinos de algunos bloques de apartamentos organicen su salida escalonadamente, y aunque sea una medida de discreta utilidad, es lícito que las autoridades la intenten. Sin embargo, no parece correcto proponer a los vecinos que coordinen su voto, ni en favor de la gobernabilidad, ni de ninguna otra cosa. El voto es, en mayor medida que la decisión del momento de iniciar un viaje, un acto individual que ejecutan en privado y sin posibilidad de llegar a acuerdos millones de personas. El resultado de las elecciones es no determinista, no vaticinable, ni en una, ni en sucesivas repeticiones. Es similar a lo que los matemáticos denominan procesos estocásticos, probabilísticos, no predecibles. Apelar a los votantes para que resuelvan el problema de la gobernabilidad mediante una especie de proceso estocástico es negligente, pero sobre todo, es conceptualmente erróneo.

350 representantes son un número que permite reunirse, debatir y decidir. Además, los representantes se agrupan en un número mucho menor de formaciones, y el acuerdo de un número aún menor de ellas basta para poder formar un gobierno, o permitirlo. La obligación de las Cortes de acordar una solución para gobernar debería ser normativa.

Subsidiariamente, esa obligatoriedad saca de las deliberaciones para formar gobierno la amenaza de repetir las elecciones. Un ultimátum que funciona como una especie de profecía auto-cumplida, que encierra cálculos acerca de quienes se beneficiarían de una repetición de elecciones y que, por supuesto, pervierte y daña injustificadamente el proceso de negociación.