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Mamandurria truncada

La palabra «mamandurria» fue popularizada por la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, para hacer referencia a los sueldos, prebendas y cargos públicos que los partidos políticos ponían a disposición de sus afines (militantes, simpatizantes o simples amigos del político encargado de estipular las condiciones del reparto).

Se partía de la base, por supuesto, de que a los afines se les otorgaban tales mamandurrias precisamente por su afinidad ideológica o personal, y no por nada que tuviera que ver con su competencia o adecuación al puesto. Sí, a mí también me sorprende que Aguirre señalase en otros prácticas que -a la vista está- tan comunes eran también en las instituciones que ella regentaba. Pero no saco a colación el término para hablar de eso, sino del triste espectáculo al que hemos asistido en estos días a propósito del nombramiento de Alberto Hernández como gerente de Egevasa, la empresa pública de aguas participada mayoritariamente por la Diputación de Valencia, en asociación con Aguas de Valencia. Con un salario que inicialmente, según se informó, sería de 132.000 euros anuales, aunque luego hubo una rectificación y se redujo a sólo 59.000.

Hernández es una persona muy vinculada al PSOE, en particular a la figura de José Bono, y está casado con la consellera de Sanidad, Carmen Montón.

En cambio, su vinculación con el sector, o con el puesto para que se le había designado, son inexistentes. Es decir: se trata de un nombramiento manifiestamente derivado por afinidad político-personal con quienes le nombran. Una mamandurria en toda regla.

Parece increíble que el PSPV (y no sólo el PSPV: también participaron sus socios de Compromís, que no pusieron ninguna pega en la diputación) piense que puede hacer este tipo de nombramientos con impunidad, sin que el malestar mediático y social les obligue a echarse atrás; o bien que, aunque haya protestas, en la práctica les compensa proceder al reparto para los afines. Y ello a pesar de que el PSPV llega al gobierno, entre otras cosas, con el propósito explícito de dejar atrás la época de corrupción y mamandurrias a manos del gobierno del PP? ¿para inaugurar una época en la que se avalan prácticas similares, pero a manos del nuevo gobierno?

El error era clamoroso, y por eso sorprendió doblemente que la reacción inicial fuera tratar de mantener esa decisión. Pero no justificándola (pocos se atrevieron a vender que el nombramiento venía avalado por la capacitación profesional de Hernández), sino más bien echando balones fuera.

Así, vimos al presidente de la Generalitat, Ximo Puig, descargando responsabilidades en la Diputación de Valencia, que respondió achacando a la Generalitat el origen del nombramiento, y a la consellera de Sanidad y esposa de Hernández, Carmen Montón, haciendo unas antológicas declaraciones en las que venía a decir que a ver si pasaban las Navidades y la gente se olvidaba.

Sólo la vicepresidenta de la Generalitat, Mónica Oltra, se desmarcó desde el principio, con unas declaraciones que han sido mal acogidas por sus socios del PSPV, pero que obedecen a una razón clara: Oltra vive en el mundo real (a diferencia, aparentemente, de los que autorizaron esta decisión) y supo ver, desde el principio, que el nombramiento era absolutamente impresentable, se mirara por donde se mirara. De paso, contribuyó a lavar la cara del Consell, hasta que, dos días después, se logró desactivar la crisis (o, al menos, hacer contención de daños) gracias a la renuncia de Hernández a ocupar el puesto de gerente de Egevasa.

Resulta gratificante que, al final, la cosa haya quedado en nada; aunque tanto como preocupa que desde el PSPV haya gente que piense que estas cosas, en estos tiempos, aún pueden hacerse como en la «edad de oro» del ladrillo y del desaforado derroche de recursos públicos en pro de intereses particulares.

Esperemos que, aunque sea por este celo purificador que -por fin- le ha entrado a la ciudadanía y a los medios de comunicación, esta triste tentativa de mamandurria se quede en una anécdota, y que no nos encontremos en el futuro prácticas similares (o, peor aún, en espacios y puestos menos visibles).

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