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Libros enterrados

Editores y libreros valencianos pidieron, en vano, al Consell de Francisco Camps, Nuestro Amado Líder, que aportara el mismo dinero para dotar bibliotecas que aquel infausto Zapatero que, como sabemos, pretendía, con la excusa del libro, favorecer a los hugonotes. Pero ¡cómo iban a dar dinero para libros si no distribuían ni los suyos! En un almacén que nos cuesta 4.500 euros al mes, una fortuna, languidecían cubiertos de polvo 375.000 libros, obra de la Generalitat Valenciana, a veces, en sentido estricto pues salían de la pluma (o del pelo) de algún cargo púbico.

Por lo visto, la gente de la política, necesita el bautismo literario (algunos llegan a los siete sacramentos) para nimbarse de prestigio literario. Ahora, leer e invitar a leer, ya es otra cosa. Vicio, seguramente. Hay que impedir que las criaturas se expongan a semejante peligro: los nasciturus, también. Y para qué quemarlos, pudiéndolos enterrar que es más ecológico. A mi me han robado del interior del coche toda clase de objetos, incluidas unas gafas graduadas que parecían de sol y un jersey amarillo que, sin duda, era amarillo. Ahora bien, si deja olvidado un ejemplar facsímil del Beato de Liébana o del Manuscrito Voynich, el caco no sólo los birlará, sino que ya tendrá en mente un posible comprador al que le explicará, con garbo, todos los detalles de las iluminaciones y hasta la errata de la página 118. Ahí estamos.

¿Y de que van los libros lentamente desollados en su matadero de polvo y niebla? Pues un poco de todo, incluido un libro de recetas de Maria Àngels Ramon-Llin del que no me llegó ni un ejemplar de la muy nutrida, nunca mejor dicho, edición, pese a que soy cocinillas y he hecho cosas „todas decentes„ con la exconsellera. Hay que empezar a regalarlos a los turistas, coño. Y los cuadernos de buenas prácticas industriales, a los ídem, por si fomentan la aversión a los malos humos. Y los demás libros, que si tu entras en la biblioteca de la calle Hospital y te ves rodeado de estudiosos, anaqueles repletos, arcos de piedra, capiteles corintios, esto parece Atenas y, francamente, ya nos toca a los alejandrinos.

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