Con la decisión de la CUP empieza el baile. Ahora falta ver el ritmo. Mientras tanto, algo es cierto: el asunto de Cataluña lo decide todo. Si España ha de cambiar en algo, será porque tenga que resolver el problema catalán. Por ahora, nadie más tiene fuerza suficiente para lograr ese cambio. Ya se ha visto. Las fuerzas catalanas independentistas tienen dificultades para seguir su hoja de ruta, pero esa opción también dejaba sin espacio el cambio en España. Si no existiera la excusa catalana, ahora el PSOE tendría que operar de otro modo. El camino de Cataluña hacia la independencia entrega de pies y manos al resto de España al desnudo instinto de autoafirmación de las fuerzas que hasta ahora controlaban el Estado. Todo está atravesado por la posición respecto de la cuestión catalana. Pero ahora esta cuestión se abre. La CUP ha forzado el baile de la repetición de las elecciones. Esta segunda oportunidad será una segunda posibilidad para España.

Ese baile será la hora de la verdad de aprendices de políticos con fama de estadistas. De nuevo el PSC tendrá que fijar posición ante su electorado y llegaremos a ver que Miquel Iceta ha de acercarse a la tesis del referéndum legal y pactado, inevitable en una España federal. Así llegaremos al absurdo que desvelará la mala fe de Susana Díaz y adláteres. La línea roja que impide hablar con Podemos se convertirá en verde y tendrán que saltarla los socialistas catalanes. Así podemos llegar al absurdo de que, cuando haya que hablar en Cataluña, y si vence la línea Díaz, a este lado del Ebro ya no habrá interlocutor. Sólo quedará el inmovilismo constitucional. Y ahí estaremos, con dos tiempos políticos carentes de sincronía. Sólo tendrán una constante: el PSOE llevará el pie cambiado. Así que si queremos que la nueva oportunidad de Cataluña signifique algo, España no puede silenciar la propuesta de Podemos.

Los que sean incapaces de hacer otro análisis pueden consolarse con esa canción de que Podemos quiere destruir al PSOE. En realidad, nadie sabe destruir al PSOE mejor que él mismo. Los valencianos lo sabemos bien y tras recordar el largo proceso del deterioro caníbal por estos lares, asistimos con estupor al empeño con que los de Ferraz reproducen el proceso a nivel español. Todo lo que hemos visto y oído en los días posteriores al 20D resuena a fraude. Nos han propuesto un candidato al que deseaban destruir desde antes de que lo fuera, lo han dejado hablar afirmando cosas razonables para luego desautorizarlo, parecían avalar la necesidad de reformas y ahora no escuchamos más que la cantinela de la unidad de España, que Podemos no sólo no pone en duda sino que ofrece la mejor solución para mantenerla. La operación es de una profunda mala fe y deja a los ciudadanos con una sensación amarga de la que ha de emerger una voz rotunda de rechazo. Como decía Soledad Gallego, está en cuestión la dignidad de la ciudadanía. Así no se juega con ella.

El PSOE ha concurrido elección tras elección sin ofrecer a la ciudadanía nada solvente. Ese fue el error de Alfredo Pérez Rubalcaba, que Pedro Sánchez entendió que debía corregir proponiendo un paquete de reformas que parecía destinado a contener la sangría de votos hacia Podemos. Ahora descubrimos abochornados que Sánchez estaba ahí para ser un perdedor, para guardar el asiento, no para intentar ni por un instante aspirar a formar gobierno, por mucho que desde el otro lado se ofrezca una convergencia verosímil y sincera. Esto lo pagará el PSOE. Y ante todo lo hará porque cualquier observador imparcial puede apreciar que, visto lo visto, no queda en el PSOE capital humano mejor que el de Pedro Sánchez. En todo caso, ya puede disolverse una ilusión. El grotesco populismo castizo y folclórico de Susana Díaz ni siquiera ha consolidado el electorado andaluz, tan generoso y tan incondicional del PSOE. Así que no tiene la menor posibilidad de mejorar las posiciones de los socialistas ni en Cataluña, ni en Madrid, ni en Valencia.

En las condiciones políticas actuales, tengo la impresión de que los bailes ya son de otra manera. La CUP, en este sentido, ha hecho pedagogía de una forma de hacer política que se va a imponer. Todo claro y al aire. De eso se trata. Y de tener la mínima decencia de no aceptar trágalas. Y sin duda, el asunto de Artur Mas lo era, tanto como lo va a ser el de Mariano Rajoy. Pues suponiendo que la independencia de Cataluña sea el objetivo central de un pueblo, ¿cómo es posible que se condicione por el destino político de Mas? ¿De qué se está hablando cuando se condiciona la independencia de Cataluña a la suerte de un solo individuo? ¿Vale tanto Mas como para tener mayor peso que los supuestos anhelos de un pueblo entero? Esto es una burla a la ciudadanía y no me extraña que Jordi Sánchez, el líder de la Asamblea Nacional de Cataluña, haya pedido perdón a los catalanes. Este asunto huele tan mal como el juego del PSOE con su candidato. Ahora resulta que la independencia de Cataluña es buena solo si Mas la dirige, como parece que la candidatura del PSOE puede aspirar a formar gobierno solo si Susana Díaz se asienta en el trono.

¿Pero cómo es posible? ¿Qué se ha creído esta gente? ¿Por quiénes nos toman estos Maquiavelos de pacotilla? Por sus iguales, desde luego que no. En todo caso, insultan una y otra vez nuestra inteligencia. Pero en realidad, yo no alcanzo a ver sino miopes, incapaces de entender la realidad política. Las preguntas verdaderas no se las hacen. Por ejemplo ésta: ¿de dónde sacará fuerza el sencillo militante socialista, el humilde candidato a cualquier magistratura, cuando se le pida representar de nuevo a su partido y luchar por sus ideas, después de saber que sólo se contaba con ellos para que fueran perdedores y subalternos, marionetas de órdenes confusas? ¿No tendrá derecho a preguntarse si esta vez irá en serio, o será de nuevo una broma? ¿Y qué razones podrán darse sus votantes para entregarles de nuevo su voto? Porque no debemos olvidar lo que se pide a los diputados socialistas. Sencillamente que se pongan al servicio de un gobernante tan limitado y miope como Rajoy, que no fue capaz de mover una reforma a favor de la ciudadanía, ni de ofrecer un pacto, a pesar de contar con mayoría absoluta durante cuatro años.

Esto es terrible, pero no lo es menos en Cataluña. ¿De dónde sacará argumentos el señor Oriol Junqueras para convencer a sus votantes de que no se rendirá jamás? ¿De qué habla este señor? ¿No se da cuenta de que se ha rendido justo desde el momento en que se ha puesto detrás de Mas y ha eludido cargar con la responsabilidad de su proyecto y de su programa? Rendirse es ya plegarse ante un pacto a muerte con Mas, cuyas razones últimas nadie comprende, entre otras cosas porque nunca se han explicado; o escudarse tras un político tan mediocre como Raül Romeva y pretender que es un ejercicio de virtud política mantener ese opaco y vergonzante pacto, atípico y único en los anales de la vida democrática, que ocultaba en el cuarto puesto de la candidatura al que luego resultó ser el único imprescindible. ¿Se quería lograr la independencia con esa gente, que demostró una profunda capacidad de humillarse y de mantener una farsa? Esas cosas se consiguen de otra forma, desde luego, y en las anteriores ocasiones en las que Cataluña lo intentó en serio, jamás se confundió la capacidad de sacrificio y de sufrimiento con extrañas componendas.

Yo no quería que la CUP votase a Mas. Tampoco que Cataluña iniciase el proceso de secesión. Quiero que el problema catalán se resuelva de una manera sensata, civilizada y democrática, y creo que tarde o temprano esto pasará por un referéndum para Cataluña. En realidad, tenía y tengo la secreta esperanza de que la solución que permita a Cataluña enfrentar su destino histórico como pueblo hispánico (y no como una región de España), implicará una mejora de la calidad de la democracia española, de su capacidad de hacerse cargo de la historia hispánica, de mejorar la comprensión de sus pueblos. Y creo que esa mejora tendrá que hacerse con la cooperación de aquellas fuerzas que históricamente fueron refractarias a todo ello, las fuerzas de la derecha española, pues sólo así España llegará a ser de verdad mejor y distinta. Lo que no supuse jamás, y me niego a considerar como definitivo, es que esa misma derecha esté en condiciones de imponer sus puntos de vista a la izquierda histórica española, cuya idea federal ha quedado sepultada de forma completamente siniestra. Y que en esa operación entren los poderes públicos andaluces, que deben su existencia a que un día ya lejano el anhelo de un pueblo entero (entre el que me encontraba) impusiera un referéndum frente a la oferta política que le proponía un grupo de oficinistas. Eso, me parece indigno.

Nos merecemos otros políticos, desde luego. La CUP ha luchado con deportividad y humor hasta decirle a Mas que no es un político aceptable, porque su pasado no le presta crédito para emprender un futuro tan completamente nuevo y distinto como una república limpia. España necesita algo así. Y esto se aplica a Rajoy. ¿O tenemos que aceptar el trágala de apoyar a alguien que no ha sido capaz de ofrecer otra palabra que un paquete de estabilidad, en el que lo único verdaderamente estable es su continuidad? ¿Qué pasa con todas las evidencias de reformas que se suponían necesarias para modernizar España? ¿Se van a entregar al más inercial de los políticos que hemos tenido? Eso no es comprensible. Pero de todo esto, lo que menos comprendo es que en una España en la que todo está abierto, el PSOE haya tenido tantas prisas por cerrarlo todo y dirigirse a un único escenario: el de permitir que Rajoy vuelva a gobernar.