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«El abrazo»

Está previsto que El abrazo entre hoy por la puerta grande del Congreso de los Diputados, en cuyo vestíbulo permanecerá expuesto. De siempre me ha atraído y me he sentido conmovido por la obra que Juan Genovés trajo a este mundo en el 76. En 151 por 201 centímetros condensa la carga emotiva de un reencuentro. Es la historia del reencuentro con nosotros mismos después de décadas en que generaciones se vieron abocadas a convivir entre las ausencias, el miedo, la precariedad y el silencio. El pintor metió todo aquel despertar en una evocación en movimiento en la que los protagonistas rompen con los límites establecidos en el cuadro.

Por entonces, España estaba por rehacer, por regenerar. Como ahora en parte, solo en parte. Los regenadores de nuevo cuño que han saltado al marco actual, y que benditos sean, han tenido la virtud de remover el patio aunque son hijos afortunadamente del Estado del Bienestar, las titulaciones y las nuevas tecnologías. Se han diseñado, en definitiva, desde el laboratorio. Y por eso penetran todo lo que penetran por donde lo hacen pero, en plan multitudinario, les cuesta más llegar, mostrar alma.

Detrás de la época que se refleja en El abrazo había ideas-fuerza, la necesidad de reconciliación, la ansiedad por respirar de un modo natural dentro del imperio de las convicciones que era lo que preponderaba. En el principio de los tiempos, lo material importaba menos. Buena parte de aquello se quebró de modo abrupto. La prueba es que la obra rescatada porque inspira lo que inspira ha permanecido más fases en los almacenes que ante los ojos de los que se ven reflejados en ella. Esperemos que su llegada a la Carrera de San Jerónimo contagie a sus señorías del espíritu que un día inundó los rincones de nuestras vidas y le devuelvan a éstas la lealtad que precisan. Mucho es para un cuadro.

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