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Tiempos borrascosos

La CUP realizó el pasado domingo un gesto extraño en la política nacional: cumplir con la palabra dada. Lo hizo un poco a regañadientes, «con el corazón partido», que diría el cantante. Hay que reconocer que Junts pel Sí también ha actuado de acuerdo con lo que había anunciado: el candidato es „y solo es„ Artur Mas, aunque cuesta entender que los coaligados estuvieran dispuestos a ceder en todo, excepción hecha del candidato. ¿Realmente continua siendo Mas un activo de la política catalana? Si pensamos que la CUP aceptaba cualquier otro candidato de la lista

„de Oriol Junqueras a Raül Romeva o Neus Munté„ no deja de sorprender la rigidez del todavía president de la Generalitat. Mas será el gran damnificado de las próximas autonómicas y con él seguramente se desmorone el gran espacio central del catalanismo político, pactista y moderado, burgués y con vocación ibérica. La caída de ese gran espacio que representaba la antigua CiU no es algo que, de entrada, deba alegrar a nadie. La cuestión inicial pasa por preguntarse quién va a ocupar ese lugar, con Unió desfondada y los convergentes presos de la obstinación de su líder.

De hecho, incluso si se reedita la coalición plebiscitaria de JxS, la posición de Convergència ya no puede ser la misma. El pasado 20 de diciembre, ERC se afianzó como la principal fuerza independentista del país y el nuevo partido de Mas se vio arrinconado a la cuarta posición. Pero además de JxS, cabe otra posibilidad de pacto con rasgos antisistema aún más determinantes que el anterior. Tanto el 27S como el 20D han demostrado que la sociedad catalana no desea mayoritariamente la independencia, pero que tampoco se conforma con el actual Estado de las Autonomías. Es posible que la única mayoría posible a día de hoy en Cataluña gire en torno a un concepto de muy difícil encaje constitucional, como es el derecho a decidir. Como hipótesis de trabajo, una gran alianza entre ERC, la CUP y Colau+Podemos podría alentar un programa con fuerte contenido social „a la izquierda de la socialdemocracia tradicional„ y al mismo tiempo sustituir la inmediata ruptura con el Estado por la renovada exigencia del derecho a decidir.

Presos de sus contradicciones internas, difícilmente los diputados de Mas podrán oponerse a la solicitud de una consulta, a pesar de la distancia que existe entre sus tradicionales bases profesionales y pequeño burguesas y la izquierda rupturista. Aunque, al mismo tiempo, y ya en un escenario post-Mas, Democràcia i Llibertat recuperaría flexibilidad y capacidad de negociación a dos bandas. No hay que olvidar que, tras el 20D, los equilibrios de poder en el Congreso son ya muy distintos.

En contra de algunas opiniones, creo que el proceso no ha terminado, sino que busca reformularse para obtener una mayoría más amplia, aprovechando también la debilidad parlamentaria del futuro Gobierno central. En Madrid, ni el PP ni Ciudadanos aceptarán una propuesta que cuartee la soberanía nacional, pero queda por saber qué hará un PSOE en clara descomposición. En el actual Congreso, los diputados partidarios del derecho a decidir pueden ser un centenar. De repetirse los comicios cabe aventurar que este número crecería, sobre todo si Podemos logra capitalizar el voto de IU y de otros pequeños partidos nacionalistas. La política española se acelera en este inicio de 2016. Llegan tiempos borrascosos.

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