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Reinas Magas de Occidente

Menuda se ha liado con la idea de poner Reinas Magas. Invocando la estabilidad emocional de los niños, la caverna se ha venido arriba en indignada reclamación de respeto por las tradiciones navideñas. Más que las reinas magas les molestan las concejalas y las alcaldesas, las juezas, las cirujanas, las consejeras delegadas, las ministras y las generalas, pero hay que aprovechar la polémica como venga y por donde llegue. La caverna es más transparente que el armario ropero de Cristina Pedroche. La caverna no se quiere acostumbrar a lo que nos depara esta maravillosa legislatura: diputados con rastas. Con rastas y un voto otorgado por un puñado de miles de electores que vale tanto como el que tiene el señor de la corbata y el abrigo de pelo de camello, por volver al relato de los peregrinos de Oriente. Pero no metan a los críos en esto, por favor. Ellos son dúctiles, listos y las pillan al vuelo. Igual que ven tan normal que sus primos procedan de África, que sus amigos tengan dos papás o que mamá cambie de novio, podrían asumir una señora que camina tras la estrella de Belén. Mayores sustos nos dan los obispos y seguimos creyendo en Dios.

Los que no solo estudiamos la EGB y leímos Superpop, sino que además disfrutamos de nuestro primer contacto con la literatura con programas de televisión como Un globo, dos globos, tres globos, La mansión de los Plaff y La cometa blanca no solo no nos hemos escandalizado por el asunto de las reinas magas, sino que lo hemos entendido como el merecido homenaje a nuestra amiga escritora Gloria Fuertes, la que nos enseñó la belleza de las palabras, el milagro de la rima y la risa que encerraban muchos poemas y cuentos. La añoramos en estas noches de Paz Padilla y Bertín Osborne. Gloria Fuertes escribió la obra de teatro Las tres reinas magas, en las que Melchora, Gaspara y Baltasara acudían al portal en sustitución de sus respectivos maridos porque ellos andaban ocupados en la guerra, mientras que a ellas solo les interesaba la paz. Es un texto de 1978, y si ha llovido desde entonces no ha calado demasiado en materia de igualdad. Ni tampoco de sentido del humor.

Qué ganas de guardar las esencias y las apariencias. Mujeres haciendo de hombres, blancos haciendo de negros e incluso burros haciendo de dromedarios en las cabalgatas ha habido siempre. Por lo menos en mi pueblo, que no es precisamente Manhattan. Me recuerdo perfectamente haciéndole notar a mi madre que mi hermano tenía la cara tiznada por haberle dado un beso a Baltasar, y que mi idolatrado Gaspar llevaba las uñas pintadas y pendientes de perlas y ella, que era sabia, me daba la misma respuesta siempre, una que valía para todas las preguntas: «Es que son magos, y por eso son como quieren». Yo pensaba en la gran suerte que era tener ese super poder. A todos nos está llegando la posibilidad de ser cualquier cosa, lo que nos dé la gana, y que los rancios de siempre monten en cólera solo puede entenderse como la guinda de este delicioso pastel.

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