Ahora culpan a la CUP de haber frustrado, con su postura ante Artur Mas, el «proceso soberanista» pero, poco antes, bien que les venía como prueba viva de que en el independentismo militaban toda clase de criaturas, incluidas las asamblearias. Sobre todo éstas, diría yo, desde que ERC impuso al president Mas una agenda de impaciencia y unilateralidad, que no es buena para ningún negocio, incluidos los del alma: en el océano de señeras apremiantes yo también veo signos preocupantes de obediencia coreográfica, una erección patriótica que se sufre con mucho vocerío. Ahora Cataluña incluso tiene un Parlament presidido por una señora que viene de una reunión de escalera ampliada. No me lo tomen a mal, lo digo con todo respeto.
Mucha gente se pregunta qué hará el fugado de la CUP, Antonio Baños. Si no se retira a sus moradas interiores „la CUP es más franciscana que marxista„ pueden apostar a que su próximo paso será en dirección a la política convencional. Un tipo listo y de izquierdas como Hans Magnus Ezensberger se preguntaba no por qué aparecen los órganos asamblearios, los consejos obreros o, como decíamos en mi juventud, «los órganos de doble poder», sino por qué duran tan poco. Un verano, exactamente. Buena pregunta y nada fácil de responder. Quizás porque es muy cansado estar siempre reunido para cambiar una bombilla o la Constitución (todo sirve para alumbrar) o porque los mecanismos reales de poder funcionan más por cooptación, es decir, por aspiración desde arriba, que por legitimación desde abajo, sólo es una conjetura, una insinuación.
No sé que hará la CUP antes de convertirse en una lluvia de purpurina y madreperla, antes de transformarse en un tarro de higos en almíbar, pero creo que Cataluña aprovecha mejor las energías de su poderosa dinamo comunitaria con/contra España que en una aventura equinoccial donde no acabo de ver a Mas en el papel de Lope de Aguirre, no da el physique du rôle. ¿Situación empantanada? Sí, y por eso mismo llena de oportunidades.
