El tiempo y su promedio, el clima, son consecuencia de factores geográficos y atmosféricos. Si cogemos un mapa de las temperaturas de una territorio concreto, los primeros se hacen muy evidentes. Por ejemplo, el continente europeo. Su cartografía térmica refleja el descenso de las temperaturas hacia el norte: las horas diurnas siempre son las mismas pero en dirección al polo, la radiación solar es de menor calidad, consecuencia de la inclinación con la que incide. Ha de atravesar mayor espesor atmosférico y el mismo haz de rayos calentar una mayor superficie. Es un descenso muy regular, mínimamente alterado por el efecto del relieve sobre las temperaturas. También hay un descenso de oeste a este, más brusco. El oeste europeo tiene una mayor extensión hacia el sur, con nuestra península como máxima expresión. Cuando entra en escena otra península, la escandinava, el mercurio se desploma, en una tendencia que la aproximación al macrocontinente asiático a través de Rusia no va a cambiar. Pero sobre esos factores geográficos, incide la circulación atmosférica: el frente polar, el choque entre las masas de aire, la cálida procedente del anticiclón subtropical y la fría que llega del anticiclón polar. El juego de las masas de aire trata de equilibrar el contraste térmico entre el norte y el sur. Las masas de aire cálidas se dirigen hacia el norte y ha provocado temperaturas anormalmente elevadas en áreas polares. Pero en contrapartida las coladas de aire frío si dirigen hacia el sur y así el comienzo de año ha traído tremendas nevadas y heladas: repúblicas bálticas, Polonia, Dinamarca, Alemania, Suiza, Austria, Rumania, Ucrania, Croacia o Hungría. Las nevadas han llegado incluso al sur como Grecia o Turquía, o a Holanda, sin apenas altitud. No todo es calor.