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La cicuta

A la misma hora en que tenía lugar el pleno del Parlament de Catalunya para ver qué quieren hacer con su vida que es la de todos los representados, Jose María Pou, un catalán abierto al mundo e hijo de obrero metalúrgico aficionado al teatro, protagonizaba en un recinto del entorno próximo la tragedia de Sócrates tras haber desayunado al aire libre para intentar quitarse esa sensación que, sobre su tierra de nacimiento, le invade desde tiempo atrás: «Estoy cansado de que en Catalunya cada frase sea una frase histórica, cada día, un día histórico. Quiero vivir días normales y, de vez en cuando, un día realmente histórico». Él, uno de los mejores actores con los que contamos comprometido donde los haya pero independiente a carta cabal, está abierto a las nuevas tendencias. Como tipo inteligente que es creó su propia web y empezó a recibir tantos insultos -«¡Tú no eres un Pou eres un Pozo; castellano de mierda, vete a Madrid!»- que, cuando llegaron feisbuk y tuiter, dijo tararí. Una vez condenado a beber cicuta acusado de despreciar a los dioses y la moral establecida, lo que le dice el filósofo griego a su amigo Critón es: «Ir en contra de las leyes es destruir la ciudad. ¿Cómo voy a destruir yo la ciudad y la sociedad que he creado?». Al catalán de pura cepa que lo encarna sobre el escenario, Mas le parece tan mediocre como Rajoy y desliza que «lo peor es que, siendo mediocres, quieren convertirse en salvadores de la patria por intereses personales, hacen políticas sin sustancia y esconden los problemas principales». Dejando empantanado a todo bicho viviente, Mas se ha tomado la cicuta pero su legado poco tiene que ver con el del ateniense ni con la huella que dejará Pou con su Nacional de Teatro y de Teatre de la Generalitat, aunque no por ello habría que ser injustos. En lo que a teatro se refiere, Artur se ha salido.

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