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Martí

Puigdemont incomoda a Puig

Ahora que arranca el calendario judicial „Nóos, Gürtel y Valmor„ sobre las denuncias de corrupción en los gobiernos del PP, y que el Consell empezaba a coger impulso tras el Retir de Morella, Puigdemont puede alterar la ruta de un ejecutivo dispuesto a morir en el intento de elaborar un discurso propio, alejado del habitual ataque de nervios del eje Madrid-Barcelona. Un PSOE fracturado va a resistir muy poco la presión de las fuerzas vivas de la Villa y Corte para facilitar la investidura de Mariano Rajoy. Una jugada que necesita la colaboración de Pedro Sánchez y Albert Rivera, y que pretende dejar fuera de esa cuestión de estado a Podemos. Si finalmente se consuma ese escenario, Mònica Oltra tendrá muy difícil mantener a Ximo Puig, por muchos flaons que compartan.

Por eso es incomprensible la alianza de Puig con la visión centralista de Susana Díaz y sus compañeros de Castilla-La Mancha, en vez de ofrecerse el primero a Pedro Sánchez para intentar un pacto de progreso en Madrid como el valenciano, además de aprovechar la ocasión para poner en valor su discurso federalista como solución a los nuevos desafíos territoriales. Anteponer la causa partidista puede costarle un disgusto al presidente de la Generalitat, además de provocar una inestabilidad perjudicial para los intereses de los valencianos, ahora que los indicadores económicos apuntan al optimismo.

La otra parte contratante también peca de lo mismo. El difícil empeño de elevar a compromiso irrenunciable un grupo parlamentario propio tendrá consecuencias en Palau si fracasa. Oltra está ante el reto de elegir uno de los dos caminos opuestos: blindar el proceso valenciano ante las urgencias sociales, o seguir de muleta de un Pablo Iglesias que se afana en alcanzar la divinidad.

Queda una tercera opción, que el aire de Els Ports haya cumplido su papel purificador para que Puig y Oltra desoigan las tentaciones de sus banderías respectivas y se apliquen en la tarea de reconstrucción que tanto tiempo llevan anunciando.

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