Es probable que así recordemos a este invierno 2015-2016, por varios motivos. El primero es que a estas alturas de enero aún se ven moscas por ahí, y no en zonas cálidas como las comunidades bañadas por el Mediterráneo, caso de la Comunidad Valenciana, Cataluña y Baleares, sino incluso en las tierras altas del interior. El segundo motivo, y más importante, es que la mayoría de la gente anda con la mosca detrás de la oreja con las temperaturas anormalmente altas de este invierno, que como bien subrayaba ayer el amigo Jorge Olcina, muy probablemente tienen mucho que ver con el máximo del fenómeno El Niño, la corriente cálida que se está dejando sentir en el océano Pacífico con consecuencias climáticas a escala planetaria. Desde ayer las temperaturas andan algo más acordes para la época, como si el frío peleara por recuperar el sitio que le corresponde. Lo cierto es que los modelos predictivos del Centro Europeo, la NOAA y otros organismos internacionales llevan bastantes días como si se hubiesen vuelto locos, porque cada vez dicen una cosa diferente. Las espadas están en alto entre el aire polar que intenta abrirse paso hacia nosotros y la masa cálida que no quiere marcharse. Veremos quién vence. Si se bloquea la circulación cálida y nos entra con ganas el aire polar podemos tener una segunda fase de invierno que nos va a pillar a todos fuera de órbita. Y si el tiempo sigue en la misma línea cálida tras el breve paréntesis de esta semana, quizá acabemos con un invierno parecido al 1989-1990. Aquella vez diciembre ya fue extraordinariamente cálido, enero se tornó de lo más descafeinado que pueda imaginarse y febrero de 1990 fue, para muchos lugares del Mediterráneo, el más cálido que se ha conocido. Con temperaturas medias entre los 15 y los 16 ºC en Valencia y otras ciudades de la costa mediterránea, los ponientes de aquel febrero nos invitaron a ir de manga corta hace 25 años. Fíjense, entonces ya pasaban estas cosas.