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El juego

Puigdemont y Baños, dos de las piezas angulares del procés que nos tiene embebidos como si no hubiera más cuestión, son periodistas. Desde hace unos años el sector este anda irreconocible, entra pues dentro de lo probable que previeran el duro ajuste que se avecinaba y optaron por el independentismo que, una salida, desde luego es. Lo de Ximo Puig, de la misma cofradía impresa, tiene más mérito. Sin forzar los mecanismos, respetando las leyes y, en el momento más bajo de la formación a la que pertenece, logró presidir el Consell de aquí y no sólo eso sino que, con medio año a las espaldas, parece haber alcanzado la estabilidad convivencial con su partenaire quien, en el arranque del sí quiero, dio la impresión de que se comería a los socialistas crudos. El president acaba de llevarla al seu poble a pasar el fin de semana junto a la prole, les ha mostrado los rincones más apatecibles de la seductora Morella y, según testimonios, los visitantes han terminado encantados de la vida. Al igual que los dos colegas catalanes se pasaron a la política para intentar garantizarse el porvenir, Ximo se ve que está apretando el acelerador de guía turístico por si la renovación se tuerce. De momento ha superado a Rafa Benítez.

Lo complicado va a ser sobrevivir a la era Sánchez. Por si en su organización no estuviera ya suficientemente incuestionado, ahora le ha cerrado la puerta a que Compromís tenga grupo en el Congreso. Si antes de navidades Susana no paraba de llamar a estas latitudes, es de imaginar lo que Ximo habrá tenido que contenerse durante la cuesta de enero en la que el que le metió el dedo en el ojo a Rajoy va de acá para allá sin saber muy bien adónde se dirige. Se ha extasiado con el menú portugués antes de ir a parar a Rivera. También acudió al Intermedio pero, por el juego ofrecido, se duda que repita. Es que al hombre no le sale nada.

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