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Maite Mercado

Princesas

Los estrenos y regresos de estos días obligan al dominio del noble arte del zapping. El Intermedio que volvía con Pedro Sánchez acabó antes que El Hormiguero con Alejandro Sanz pero esta táctica para retener a los seguidores de Pablo Motos, en mi caso, promiscua espectadora de televisión, me abocó a Un príncipe para 3 princesas en Cuatro.

Aunque eché un ojo al Casados a primera vista de Antena 3, las lágrimas de la primera participante no pudieron con la aparición en escena de Marta, la Barbie «de pueblo» que se creía la única del cuento; Rym, la «musulmana cool» que hace el Ramadán pero come jamón y fuet, y Yiya, la que va de lista, «egocéntrica y bipolar».

El trío es una antología de los peores estereotipos femeninos, la rubia tonta „muy tonta„, la exótica pelirroja y la pasional morena indomable. Sin embargo, el malestar de género se pasa al ver a las pretendientes, con esas sonrisas profident bobaliconas. Aunque para gustos ya se sabe, la mayoría no son ni guapos, solo músculos. Excepto algunas honrosas excepciones, no articulaban dos frases seguidas. «¡Es marroquí!, creía que era negro», exclamaba Marta en una de las primeras citas con los tróspidos. Es un programa de humor.

El reality de los cuentos de hadas que tanto mal han hecho, se ríe de sí mismo y de sus personajes con el divertido montaje „gran selección musical„ y la irónica Luján Arguelles.

Estas princesas de dating show tienen más gracia que Cristina de Borbón sentada en última fila en el nutrido banquillo de los acusados en el juicio del caso Nóos. La infanta, que también eligió un príncipe alto y rubio, ejerce de esposa a lo Ana Mato. Gracias a ella comprobamos que Hacienda no somos todos. Y esto sí es real, no lo que sucede en el Reino de las Tres Coronas.

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