Hay regresiones culturales de varias clases. Centrémonos en dos: la nacionalista / regionalista y la de falsa vanguardia. Ésta siempre me ha producido mucha risa. Todavía no me he recuperado de la II Bienal de Valencia (2003), cuyo comisario y factótum fue un italiano muy listo: Luigi Settembrini («no me interesa la calidad sin espectáculo», era su santo y seña). Transcribo, brevemente, un par de párrafos que me publicaron en este rotativo un domingo de 2003:
«Comencé el recorrido por la exposición Solares (o del Optimismo), sita en el ruinoso centro histórico. Visité tres o cuatro solares. Al acercarme a uno de ellos, junto a la plaza de Sant Jaume, percibí el olor característico del orín de gato. Venciendo la lógica aprensión, entré (no había que pagar nada) y vi una ´obra de arte´ de autor desconocido. Al salir, pisé inadvertidamente un par de cagarrutas de, al menos, tres o cuatro gatos. Mi paseo por la Bienal comenzaba positivamente».
Prosigo: «Lo más grandioso de esta Bienal (recuérdese que gobernaba el PP) es, de momento, la exposición Micro Utopía, la instalación Alfa Romeo con gallinas. La tarde que fui, una gallina se escapó de la jaula, subió al automóvil y lo puso en marcha. A punto estuvo de atropellar a cinco o seis visitantes. No fue así por la rapidez de reflejos de Achille Bonito -estaba allí, comisariando-, quien le retorció el cuello y se la dio a otro artista para que la integrara en El Rostro, espejo de la sociedad».
Podría continuar porque las varias bienales que hubo movían a la carcajada y a escribir columnas sin pensar demasiado. El argumento, el tuétano del artículo, la inspiración, era gratis para el cerebro. Aquello fue una tomadura de pelo que lleva camino de empeorar más si cabe con los nuevos ´artistas´ de los gobiernos autonómicos y municipales, cuya ineducación cultural propicia que un DJ o un ´grafitero´ que ensucia los edificios históricos, los vagones del metro, los trenes de ´rodalíes´ y el AVE, reciban la consideración de especie animal artística y tan protegida como los perros (y perras).
Se calificó como una ´fita´ que Xavi Castillo, ´Botifarra´ y Miquel Gil, deleitaran con su arte al respetable público, en el teatro Principal. El arte, el saber cantar, es una cosa, y la inquebrantable adhesión ideológica, es algo muy diferente. Yo estuve en el recital de Raimon (29 de septiembre de 1963) en este mismo teatro. Pero no porque me gustara cómo cantaba (´crit metafísic´, según Joan Fuster en su amena y prematura biografía de 1988). Sabía que cantaba mal. Alguien que ya establecía la diferencia entre un cantante excepcional (Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Sara Vaughan, Dinah Washington) o muy buenos cantautores (Georges Brassens, Jacques Brel o Leo Ferré), no fue a ´nuestro primer coliseo´ por estética, sino por ética (antifranquista). El raca raca de la guitarra de Raimon era eso, raca raca, a millas de distancia del talento de mis guitarristas favoritos: Tal Farlow, Jimmy Raney, Django Reinhardt o Wes Montgomery. Jamás he estado de acuerdo en que la ideología, sea nacionalista o no, tenga que sustituir el arte por el ´compromiso"´.
En mayo y junio de 1978 (yo también tengo un pasado) publiqué en el que entonces era un semanario cultural y hoy un panfleto, una serie de artículos titulada Los últimos LP de músicos valencianos. En la entrega IV escribí: «El álbum de Carles Barranco -Miralls- es, en mi opinión, junto al del grupo Al Tall, el de resultados globales más satisfactorios». A los que sumaba, Tros de préssec, de Josep Lluís Valldecabres, posteriormente director musical del Orfeón Navarro Reverter desde 1987.
´Milito´ en el ´idealista´ arte por el arte kantiano y no en el utilitario, ideológico y manipulador del realismo soviético de los tractores, una vez eliminada la vanguardia artística. La hubo, hasta principios de los años 30. La eliminó el estalinismo. El verdadero arte se justifica por sí mismo. Cyd Charisse no necesita coartadas ideológicas y políticas.
