Dejaremos aparte la incoherencia en que ha caído y el ridículo que ha hecho la directora del Área Internacional de FAES, usuaria de Twitter, al calificar de modo categórico esta red social como «vertedero» y «tumba de la inteligencia», y sólo nos centraremos en la enjundia que, a pesar de la torpeza expresiva, tiene la pura letra. Porque Twitter no es, por definición, una tumba para la inteligencia. Y si lo puede ser, no lo será nunca más ni lo será menos que un programa de televisión o un artículo periodístico, por ejemplo. Quiere decirse que no entierra uno la inteligencia por el hecho de anotar algo en Twitter, sino por aquello en que consiste lo anotado; que no está el mal en el sitio donde se dice algo, sino en lo dicho. En Twitter las inteligencias, más que morir, lo que hacen es retratarse. Y un tuit, como cualquier otro escrito, permanece a la vista para honra o ludibrio de su autor. Twitter, como Facebook, los blogs posmodernos y los epistolarios decimonónicos, es un escaparate donde pueden verse inteligencias de toda clase: muertas, florecientes, anárquicas, gangosas, caóticas, nebulosas, esclarecidas, decadentes y maquiavélicas. Otra cosa es la estadística, el proceso de los datos, la indagación de coincidencias y preponderancias. En el terreno de las minorías y las mayorías, de lo que más escasea y lo que más abunda es donde la máxima de Cayetana Álvarez Toledo puede redimirse. Twitter no mata las inteligencias, pero la realidad es que hay muchísimas utilizando esta red social como cementerio. Aunque no tiene la exclusiva: internet está repleta de diversos podrideros donde millares de mentes agonizantes arrojan el último resuello; donde cabezas catastróficamente amuebladas profieren las cínicas boutades de la incapacidad o el desasosiego. También está llena de olimpos desde donde mentes luminosas y esforzadas inspiran y enriquecen a la humanidad; pero son poquísimos. La ventaja, la mayoría, el tono general es para el hombre-masa, para los podrideros y las tumbas. Así que puede afirmarse, imitando a Fígaro en el cementerio, que la fosa está dentro de internet; que internet es, en su mayor parte, y por desgracia, un vasto camposanto donde muchas inteligencias graban sus epitafios, un vertedero en que se hacinan entendimientos que pudieron segregar ideas excelsas pero se apoltronaron en los delirios y las animaladas, una inmensa colmena electrónica rebosante de nichos de posibilidades.