La relación de los médicos con sus pacientes incluye un elemento de confianza, de fiabilidad en el que se basa, en parte sustancial, el asunto de las recetas y las medicinas. Mucha gente que, en puridad, no necesita medicinas quiere, sin embargo, que su médico, además de escucharle y darle consejos, le recete algo, como una especie de sacramento recibido de la mano del sacerdote de nuestra salud. La transformación de la asistencia médica, sobre todo de la primaria pública, en un rápido ´vis a vis´ produce también esa preeminencia de la receta. Es más complicado y más lento ejercer una terapia más preventiva, entre otras razones porque los médicos tienen mala opinión, en general, de nuestra capacidad de llevar una vida sana, empezando porque muchos de ellos tampoco la llevan. Véase, si no, la cantidad de médicos fumadores. De modo que la receta, la medicina es el remedio universal y la consecuencia principal de nuestra visita al médico.

Pero este país tiene una industria y un comercio farmaceúticos a todas luces desmesurados. Las calles de nuestras ciudades se diferencian de las de otras países por la preeminencia de bares, oficinas bancarias y farmacias, algo que no se vé ni en París, ni en Viena, ni en Londres ni en Chicago. Una solución para ahorrar dinero al Erario público, y bastante, sería adoptar alguna costumbre extranjera. Cito dos. En muchos países el médico te receta una cantidad exacta de comprimidos y esos son los que te venden. Sólo en España los cuartos de baño son también almacén de píldoras y unguentos que sobraron de la última receta. También fuera de España se venden productos genéricos, más baratos que los de marca. La Seguridad social, la más importante compradora de medicamentos del país, podría lograr esos cambios, si se lo propusiera e incluso disminuir el número de farmacias porque, también en muchos países, las medicinas te las dan en los hospitales y clínicas, gratis o pagando.