Seguimos anclados, en una buena parte del país, en un invierno suave, casi inexistente y puede resultar extraño hablar de frío que mata. Pues bien, no lo es. Antón Uriarte en su blog ya colocaba gráficas de mortalidad mensual en España en las que se observaba que, en general, había más muertes en invierno que en verano, y casi cualquier mes de enero registraba más muertes que el famoso agosto de 2003, que, por otra parte, es una excepción, porque en general agosto y septiembre son los meses que registran menos decesos.

La semana pasada salía un estudio de un equipo de investigadores del Instituto de Salud Carlos III en el que se afirmaba que las olas de frío resultaban en España más mortales que las de calor. A partir de la mortalidad registrada en capitales de provincia demostraban que se había avanzado mucho en la reducción de las muertes por olas de calor, gracias a la vigilancia y a las numerosas campañas que advertían de sus riesgos. Curiosamente, algunas de las razones que daban para explicar estas diferencias eran que no había campañas alertando del frío y que la pobreza energética podía haber incidido en el aumento de la mortalidad por esta causa en España.

El caso es que en su análisis, hecho en capitales de provincia, con buen criterio, son capaces de establecer umbrales muy distintos para fijar ese riesgo, porque mientras más suave es el clima de una zona, menos frio hace falta para buscar esa relación entre bajas temperaturas y mortalidad. También insisten en que no parece estar de moda hablar de frío en un contexto de calentamiento global pero advierten, también con acierto, a pesar de no ser climatólogos, que un aumento de las temperaturas medias del planeta no impide que haya olas de frío y, por tanto, que las mismas incidan sobre la salud.

El caso es que la relación existe, sobre todo con algunas enfermedades, pero queda muchas veces como una cuestión estadística ya que, normalmente, médicos y climatólogos no hacen estudios conjuntos. Por cierto, las condiciones de vida en los campos de refugiados sirios del este de Europa, donde sí hace ya el frío que «toca», deben ser terribles, pero nadie parece acordarse ya de este tema.

enrique.molto@ua.es