En política existe esa conocida tradición de los 100 días de cortesía con el nuevo gobierno, pero al paso que vamos y a poco que se descuiden los diferentes partidos políticos en el Congreso, parece que la norma no escrita se va a agotar incluso antes de que finalice este interminable proceso de pactos y negociaciones. Como dicen las encuestas, pocos españoles creen que la solución debe pasar por la convocatoria de unas nuevas elecciones. Desde mi punto de vista, estaríamos ante una mala decisión que con toda seguridad desestabilizaría nuestra frágil e incipiente recuperación económica, pero además, si tenemos presente que los resultados serían bastante similares, al margen del efecto abstención o voto de castigo frente a aquellos que han sido incapaces de ponerse de acuerdo, es preocupante que algunos planteen la viabilidad de dicha alternativa.

Parece que ha llegado el momento de acabar con esa efervescencia de la campaña electoral, y teniendo muchas dosis de sensatez, debemos reclamar que se prioricen los intereses generales en detrimento de esas conversaciones del regateo que estamos viendo. Así, cuando conocemos que tardaremos 10 años en alcanzar las cifras de empleo que teníamos antes de la crisis; o que somos el país de la UE con mayor desigualdad económica, sólo superados por Grecia y Portugal, con unas desviaciones que nos han situado a niveles de los años 80, parece ridículo que algunos se estén planteando la estabilidad o la conformación de un Gobierno sobre reivindicaciones pueriles y partidistas, entre ellas, la pataleta de Baldoví y otros diputados de Compromís al ver muy difícil la posibilidad de crear grupo propio.

En ese escenario, PSOE y Ciudadanos son las formaciones políticas que mejor parecen haber entendido el mensaje de las urnas, quizás movidos por el revés que supuso para ellos los resultados de las pasadas elecciones. La batería de medidas presentada por el grupo socialista en el Congreso, entre ellas la ansiada reforma de la financiación autonómica, así como la predisposición de ambos partidos para sentarse a negociar con el resto de actores, sin imposiciones desde el inicio, está dejando descolocado a un Mariano Rajoy que cada vez se ve más fuera de La Moncloa y que no está sabiendo reaccionar en un momento donde la sociedad ha querido terminar con las mayorías absolutas y se impone el parlamentarismo. Acudir al encuentro del Rey con las manos vacías, sin apoyos reales y ofreciendo una supuesta ´gran coalición´, sólo posible en el imaginario de los populares, le ha dejado el camino totalmente libre al líder de los socialistas.