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Suegra a primera vista

Contra mi pronóstico, Casados a primera vista ha llegado a su segunda temporada en Antena 3 y, aunque solo sea por Marisa, ha merecido la pena. La madre de Jonathan, el disc jockey de Benidorm, es la estrella. A su edad nadie la va a convencer de que, en ocasiones, la sinceridad es una virtud sobrevalorada. Así que no esconde ante la cámara en ningún momento su animadversión por Sabrina, la nuera que la tele le ha regalado a primera vista. A la primera de cambio define a la mujer de su retoño como «un poco zorrita» pero, eso sí, sin querer ofender. Si lo de los tortolitos no cuaja alguien debería invitar a la señora a Quién quiere casarse con mi hijo, en una segunda parte donde tomarse las cosas menos en serio.

Lo peor de este formato es la seriedad con la que los protagonistas afrontan una situación surrealista por los cuatro costados: una cita a ciegas que arranca en el banquete nupcial y que llega enseguida al lecho con luz y camarógrafo. Aunque debo reconocer que el método «científico» con el que unen a las parejas parecen ir perfeccionándolo de temporada en temporada. Las dos primeras bodas en México consiguen superar la primera noche de convivencia, con su consumación incluida. Y eso que Mónica no parecía muy contenta con su pareja. Pero no es programa para vergonzosos y ella lo explica muy clarito: «Éste no se me escapa esta noche». Así que la experta en protocolo le pone mala nota al guapo Pedro primero en el convite y luego en la cama. No se puede tener todo.

El año pasado solo una de las cuatro parejas participantes superó el mes de convivencia. Veremos qué dice la estadística esta vez, pero es difícil que lo que ha unido la tele no lo separe la realidad.

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