Cualquier visitante de una ciudad que curiosee un puesto de postales, advertirá, entre los múltiples y variados tópicos al uso del lugar, un repertorio relativamente creciente aunque escaso, de vistas aéreas del mismo. En éstas hay pocas excepciones: las que ponen de manifiesto la presencia de los grandes monumentos en su contexto; las que descubren espacios urbanos de gran tamaño y singularidad; y, finalmente, las que revelan la génesis de determinados ejes urbanos cuyas especiales dimensiones, escala o relación con el paisaje pasan inadvertidos a pie llano. Habrá más, pero no quiero extenderme.

En el primer caso, podemos apreciar la escala colosal del monumento respecto del tejido menudo y apretado del caserío que le rodea; como ejemplos, sirven la Catedral de Sevilla o nuestro Mercado Central. En el segundo, es la presencia del vacío y su escala lo que nos asombra; es como si alguien hubiera aplicado una goma de borrar sobre el plano de la ciudad y, acto seguido, dispusiera una vistosa bambalina para ocultar el desaguisado que, con su acción impulsiva, ha provocado a sus espaldas. Las numerosas plazas mayores de ciudades españolas como las de Madrid o Salamanca, son representativas de este singular método de generación del espacio urbano.

En el tercero, es la presencia de un elemento geográfico ineludible como la existencia de un antiguo curso de agua, la planificación de un canal de acceso expresamente concebido desde la vialidad (la Rambla y la Diagonal de Barcelona, respectivamente) o el vacío de oportunidad de una muralla demolida (el Ring de Viena), lo que muestran esas postales; desde el aire se perciben como ´ríos´ o anillos verdes que se abren camino -a veces, con grandes dificultades (la Rambla) entre el denso tejido urbano.

Pero hay una rareza que sólo encuentro en las postales de Barcelona. Qué atrevimiento el de representar sólo la cuadrícula urbana del Ensanche como si de un monumento se tratara. Una sucesión, aparentemente infinita, de calles ortogonales y manzanas regulares de casas dispuestas entre ellas. Pero, ¿no es este su artificio más monumental? ¿No es la matriz de la ciudad? ¿No es la esencia de Barcelona lo que representan? Quedaría, pues, justificada la edición de estas postales que contribuyen a la puesta en valor de su patrimonio más singular. Recorro algunos kioscos y librerías de Valencia para comprobar si aquí existe algo parecido; alguna postal que me muestre la esencia de esta ciudad. Pero, ¿cuál es su esencia?¿Está oculta? Si no lo está, ¿existe un consenso que permita obtener una respuesta? Les propongo una: el río Turia y su consecuencia; esto es, la ciudad y la huerta.

Y, ¿qué recogen las postales del río que engendró la ciudad y la huerta que la rodea? Nada. Absolutamente nada que permita identificar esa cinta verde discontinua que vemos en Google Maps como el sistema hidráulico que fue. ¿Cómo vamos a identificarlo si ni siquiera hay agua ni una desembocadura reconocible que permita afirmarlo? Ya sé, de eso no tienen la culpa las postales. El repertorio nos muestra escenarios fragmentados y artefactos dispersos situados en un medio arbolado plantado con criterios variopintos. Hasta le han cambiado el nombre por el de Jardín del Turia.

Y, de la huerta, ¿qué muestran las postales? Me dirán: pero eso es el vacío€, no es la ciudad. ¡Ya estamos! Lamentablemente, perdura el enfoque simplista de la Ley -es suelo potencialmente urbanizable- resumido magistralmente en la frase de un ilustre colega y político valenciano que sostenía que ´quansevol melonar és un bon solar´. Tampoco tengo suerte, no encuentro nada que revele mucho de esa inmensa retícula productiva de parcelación menuda y ordenada, tejida como una delicada obra de pachwork de variado cromatismo dentro de un orden de verdes y ocres; una retícula inseparable del río que culebrea entre lo que queda de ella y la masa compacta edificada.

Bien, pues a pesar de las afinidades entre ambas retículas -su valor patrimonial y genético- tampoco encuentro nada parecido a las postales de Barcelona. La huerta se exalta en las nuestras por medio de una extraña pareja de personajes sonrientes -masculino y femenino- a veces en grupo, ataviados con una extraña vestimenta de visita no apta para el trabajo, y agarrados a una paella humeante, bajo la sombra de una palmera situada, estratégicamente, ante la puerta de una barraca con su correspondiente emparrado. Si cabe en la foto, además hay un pozo y gallinas alrededor.

¿Por cierto, quién decide el contenido de las postales?