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Una nueva forma de reescribir la historia

Los afrikáners que impulsaron el apartheid en Sudáfrica tenían origen neerlandés. Su sistema de segregación racial, que estuvo en vigor hasta 1992, está considerado como una de las prácticas abominables de todos los tiempos. Del mismo pueblo boer proviene también la acepción hottentot (hotentote) para describir a los hombres de los hombres, los khoi, un pequeño grupo nómada durante la época colonial. Hotentote, en dialecto neerlandés, significa, al parecer, tartamudo. El mote pervivió de manera generalizada hasta el día en que no se encontraron razones de peso para seguir cargando con el desprestigio moral de haberlo inventado. Los khoi, en cualquier caso, apenas se quejaron. Mucho menos lo harán los maestros de la colección histórica del Rijksmuseum de Amsterdam tras la limpieza emprendida por la dirección para borrar toda huella de sexismo, homofobia, racismo o descripción insultante de las obras de arte que crearon en un contexto distinto y que actualmente están en poder de la pinacoteca. La terminología considerada despectiva va de «negro» a «musulmán», pasando por «indio» o «enano».

Si no fuera porque este código de ética, que implica la extrema corrección política y por el que se intenta reescribir la historia, también es manejado en cierta medida por los museos británicos, se podría decir que son exclusivamente los holandeses los que tratan de purgar sus «pecados» históricos eliminando las descripciones que los occidentales blancos han dado al resto de los seres del planeta. Entre ellas se encuentra la palabra negro en sus diferentes traducciones para llamar a los que tienen ese color de piel. Hay 132 referencias del vocablo contabilizadas en diferentes recreaciones artísticas. Pues bueno, a partir de ahora los negros inmortalizados en las pinturas del Rijks seguirán siéndolo pero no figurarán en los enunciados de los cuadros. Habrá que darse por satisfechos mientras no se le ocurra a alguien rebajar el color de las imágenes para no tener que llamar a las cosas por su nombre. O, como explicó el historiador Julian Spalding, reducir el arte a la censura, «igual de grave que representar El mercader de Venecia sin Shylock» para evitar que algún judío pueda sentirse ofendido.

La corrección política tiene una fe obsesiva en el poder del lenguaje para revelar la maldad oculta. Pero el mal no se remedia censurando palabras y descripciones, algunas de ellas difíciles de reemplazar, otras simplemente capaces de situar la obra que enuncian en la época en que se creó. El arte, la pintura, como en el caso del Rijks, y la escritura, en mayor medida, están siendo asaltadas a diario por defensores de lo políticamente correcto que luego se contradicen al no hacer suyos planteamientos valientes a favor de los derechos universales vulnerados a la vez por el sexismo, la homofobia y el racismo, a diferencia de los revolucionarios de otro tiempo en relación a la igualdad, la fraternidad y la libertad. Por ejemplo, abundan los defensores de la corrección política que se niegan a condenar el sexismo y la homofobia de ciertos grupos étnicos y religiosos por temor a ser considerados racistas. La misma mezcla terriblemente condescendiente de relativismo cultural y culpabilidad poscolonial les impide denunciar la situación en países, muchos de ellos islámicos, donde las fuerzas reaccionarias, invariablemente religiosas, utilizan el terror de Estado para subyugar a la mujer y perseguir a las minorías. En circunstancias así es una ingenuidad pretender cambiar el mundo purgando supuestas culpas históricas por medio de la suplantación del título de una pintura con el pretendido propósito de no molestar. La hipocresía, no obstante, seguirá creciendo.

Tras la limpieza emprendida en nombre de esta corrección política que se propone a sí misma corregir la historia no ha caído la noche oscura en el Rijksmuseum de Amsterdam, como sucede en la famosa Ronda de Rembrandt. Al menos no del todo. El Consejo Internacional de Museos (ICOM), que impulsa este tipo de actuaciones supuestamente éticas, ha aplaudido la iniciativa de la gran pinacoteca neerlandesa. Martine Gosselink, responsable del departamento de Historia, tuvo una ocurrencia para justificar la medida «purificadora» alegando que a los holandeses no les gustaría que los reconociesen en las obras de arte con el mote extendido de «cabezas de queso». En fin.

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