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Hablen con ellas

Todavía recuerdo cuando mi madre tenía obsesión por saber dónde iba, con quién, y se preocupaba por tener los teléfonos móviles de las personas nuevas que entraban en mi vida. «Si pasa algo llámame a mí», era su frase favorita. Esa junto con «aspallet i coneixement» eran sin duda su repertorio más pronunciado. Y yo a veces me cabreaba, pero siempre acababa contándoselo todo. Mi madre nunca ha sido de esas que ha jurado que su hija no bebe, porque sabe que a veces, he bebido. Cuando decía que dormía en casa de una amiga, llamaba a su madre para saber que no era una trola adolescente. No era de las que decía «mi hija a las 2 está en casa» porque cuando llegaba a las 6 tenía que despertarla para saber que había llegado, o cogerle el móvil en el caso de que me llamara para saber por qué puñetas no estaba en mi cama. Y les cuento todo esto porque me sorprende la negación a la vida existente de muchas adolescentes por parte de unos padres que parecen vivir en la Luna. Y les cuento todo esto también porque este fin de semana he tenido un maratón patrocinado por Netflix viendo la serie The Killing. Una ficción que arranca con la muerte de una adolescente en circunstancias nada claras. En el guión se mezclan las drogas, el sexo, la política y, por supuesto, las mentiras.

El desconocimiento de los padres a la vida que realmente llevaba su hija me pone los pelos de punta. Y me hace sentir así porque desgraciadamente, la realidad supera en la mayoría de los casos cualquier ficción. Todavía no he sido madre, pero afortunadamente continúo siendo hija y les diré que las mentiras de hoy se solucionan con las charlas de ayer. Solo con una comunicación entre padres e hijos desde el principio se logra la confianza que puede evitar desgracias. Y no soy exagerada, es que probablemente fui adolescente hace menos que usted. Así es que por favor, hablen con ellas.

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