Que ciertos poderes tengan más fuerza que cinco millones de votos para destruir a Sánchez es altamente posible. Pero que esa destrucción se ponga al servicio de Rajoy es una burla. ¿No tienen esos poderes a nadie más presentable a quien confiar su causa? Ya puestos a quebrar la voluntad popular, deberían tener un rapto de verdad y licenciar por entero a la clase política a la que han engordado como un perro faldero en los últimos 40 años. La política durante este tiempo ha sido solo una: permitir en una selección negativa que al estulto suceda el más estulto todavía. Sólo se exigía una condición: ser dóciles al amo. Cuando se ha presentado la primera situación de urgencia y esa clase demuestra su incompetencia supina, aquellos poderes sólo pueden quitarse las máscaras y jugar sin rubor al margen del Parlamento. Ese es el sentido de la retirada temporal de Rajoy. Su trabajo es obedecer. Que los que pueden imponer obediencia le hagan el trabajo. Resolver un problema, eso nunca fue su oficio. El espectáculo es indecente.

Como todo lo indecente, apenas hay palabras para describirlo. Las consecuencias que se avecinan, ésas tendremos que analizarlas poco a poco. Por el momento, los poderes mencionados -que tampoco saben nada de política- son los mayores aliados de Pablo Iglesias. Su descaro otorga evidencias a la retórica de Iglesias y le dan la razón en sus análisis. Muestran a las claras que ésta ha sido una democracia tutelada, declaran la ilegitimidad política de una casta de improvisadores, y testifican el desequilibrio de nuestro sistema representativo y los fundamentos de su corrupción. Al menos, algo es cierto. Con Iglesias todo es ya transparente. El juego se hace a la vista de todos. La partida decidirá si el pueblo español tiene sentido de la dignidad política o no.

Todo se juega, por tanto, desde esa base teórica. Si el pueblo español tiene la misma constitución política que en 1978, no cabe duda del resultado. Ganará el gobierno de la gran coalición PP/PSOE. Pero si estos años de vida democrática han elevado los niveles de rigor político de la ciudadanía española, entonces las reformas necesarias tienen una oportunidad histórica. Sobre este diagnóstico se juega todo. Los que desde hace mucho tiempo venimos clamando por una regeneración democrática, no quisiéramos equivocarnos aquí. Esa es la condición necesaria. Pero, aun suponiendo que el pueblo español haya cambiado desde 1978 y se haya elevado a un nivel civilizatorio mayor, no es condición suficiente. Pues Iglesias se puede equivocar si se deja llevar por dos excesos, uno retórico y otro teórico. El primero, por confundir la política real con una serie de televisión que necesita golpes de efecto al final de cada episodio. Segundo, por aplicar un modelo teórico inadecuado a ese mayor nivel civilizatorio del pueblo español. Aquí, su peor enemigo es que su pasado limite su flexibilidad.

España ya no puede ser una democracia plebeya. Aquí Manuel Monereo, uno de los principales inspiradores de Iglesias, es seguro que se equivoca. Muchos millones de españoles quieren una democracia de más calidad, no una democracia plebeya. Esto significa algo muy concreto: van a seguir mirando la política como una correlación compleja de riesgos/beneficios. Claro que algunos millones de españoles no van a hacer ese cálculo. Ese tipo de ciudadanía incondicional de Podemos es el efecto de la negligencia, la docilidad, la insensibilidad social y la corrupción de las elites políticas españolas, que han logrado que una parte del país esté marginada de los bienes comunes. Pero ese techo ya está alcanzado en el actual Podemos. Si Iglesias quiere hacer nuevos amigos, tendrá que matizar su modo de hacer política. El órdago del viernes es muy bueno para final de episodio de Borgen. Pero no lo es tanto para convencer a los millones de españoles que asisten atónitos a las maniobras del Partido Socialista Obrero de la España del sur.

Este es mi diagnóstico, escrito, como diría Tocqueville, desde la mirada de quien no tiene partido, ni causa, ni tradición alguna. La tragedia de este país sería perder esta oportunidad histórica, y el estilo de Iglesias puede dificultar que los simpatizantes de Podemos puedan crecer lo suficiente como para ser decisivos. En su vocabulario emplea demasiado la palabra ´mandar´. Su aspiración es identificar si Sánchez manda o no (algo por lo demás trivial). En el fondo, su mensaje implícito es que en Podemos manda él. Ese estilo imperativo y ese vocabulario decisionista, en mi opinión, no gusta a la gente corriente española. No es propio de una calidad democrática, sino de una democracia plebeya caudillista. Pero mi opinión es que todos los que se entusiasman con ese estilo ya están con Iglesias. Por ese camino, no habrá más.

Los demás votantes, los quince millones de votos que suman PSOE, C´s y PP son de esos que elaboran cálculos de riesgos y de beneficios (entre ellos algunos consideran también la autoestima y la dignidad ciudadana). Una democracia de calidad debe incorporar este argumento. Bajo condiciones de presión, en las elecciones del 20D muchos ciudadanos votaron opciones que resultaban preferibles a Podemos desde ese balance. No se pasarán fácilmente a las formas mentales de la democracia plebeya. No son las suyas. Si hay nuevas elecciones, desde luego que volverán al cálculo. Cansados de los trucos del viejo PSOE, muchos de sus votantes antes se pasarán a C´s que a Podemos, si Iglesias sigue con esa retórica. No se debería asumir sin reflexión crítica la premisa sobre la que se asienta el sorpasso del PSOE, la carta a la que Iglesias juega toda la partida. Una consideración aquí: los votantes actuales del PSOE no son de izquierdas. En mi opinión, los votantes españoles de izquierdas ya están en Podemos o en IU. Suponiendo que se trasladara el millón de votos de IU a Podemos, Iglesias estaría por encima del PSOE, desde luego, pero tendría enfrente los mismos quince millones de votos recolocados. ¿Qué habría ganado Podemos con ese juego?

Por el contrario, el juego que apuesta por una calidad democrática mayor debería tener otras premisas. Para apoyarlas, la mirada adecuada es la que descubre la realidad. Aquí los anteojos de la tradición doctrinaria, el exceso de teoría, pueden ser perturbadores. Todo lo que se está jugando en la partida española, como sucede siempre en los primeros pasos de un cambio de época, es conformar al portador del ius reformandi, del derecho a reformar. Iglesias cree que hay que postergar las reformas al momento en que él tenga una hegemonía. Para ello debe ir ganando terreno elección tras elección en un proceso de aceleración histórica. El nerviosismo de las elites del país hace creer que estamos ahí. Yo no lo creo. Esas elites no han tenido adversario delante desde décadas y pierden los papeles con facilidad si las cartas vienen mal. Ponerlos nerviosos tiene poco mérito. Pero con eso no se ha jugado la partida. Conocer y respetar la realidad, mantener la cabeza fría y jugar con entusiasmo, eso va a ser lo difícil.

Como hemos defendido en un libro reciente, nuestras sociedades son post-hegemónicas. El poder constituyente no se configura ya sobre una construcción hegemónica. La evidencia mayor para seguir pensando en términos de hegemonía se la ofrecen a Iglesias los que se mantienen atados a la España de 1978, un país sin reflejos democráticos que redujo con facilidad su complejidad política a fuerza de presiones hasta lograr un bipartidismo hegemónico degenerativo. Ahora hemos vuelto a lo mismo: a siete partidos, como en 1978. Por eso volvemos a conocer las mismas presiones para eliminar la complejidad política a dos. Pero si esto es así, y yo lo creo, entonces el ius reformandi no lo va a ejercer un partido desde la mayoría absoluta (esa oportunidad la dejó pasar la ceguera de Rajoy y de las elites a las que sirve), ni los dos partidos usufructuarios del sistema hasta ahora. Sin embargo, sería muy malo para España no usar del ius reformandi ahora, o dar lugar a un malentendido histórico como sería usar la fórmula de Lampedusa. El derecho a reformar, si se ejerce, lo hará una constelación de partidos y en ella tiene que estar el PNV y lo que quiera que sea la vieja Convergencia y ERC. Ejercer el ius reformandi con dos partidos es inviable. Dejar fuera de esta operación a más de diez millones de españoles también.

Sólo hay dos opciones democráticas a la vista para ejercer el derecho de reforma (desde luego, no valoro el fraude antidemocrático de eliminar a Rajoy y a Sánchez): formar un gobierno reformista plural con apoyos directos o indirectos del mayor número de fuerzas reformistas, o ir a nuevas elecciones. Pero unas nuevas elecciones serían un juego de azar. Monereo tiene razón al señalar que la propia labilidad de la situación impide prever si la bola caerá en las casillas rojas o negras de la ruleta. Ante unas nuevas elecciones, la mayor responsabilidad de los partidos que defendieron las reformas será la de explicar a sus respectivos electorados cómo es que ahora le dan la razón al PP, que rechaza toda posibilidad de reforma y se atiene al inmovilismo. La mayoría de los españoles votó cambiar las cosas. Si se nos dice que con este resultado no se pueden cambiar, entonces no cabe excluir que se culpe de incompetencia a todos los líderes reformistas. El electorado confió en que se cambiaran las cosas con estos resultados. Votó para ello. Si Iglesias cree que, por no seguir su oferta, el PSOE aparecerá como el único culpable de este desastre, se equivoca. Demasiados leen su órdago como una carga que dinamita toda posibilidad de acuerdo. Lo mismo se puede decir de Rivera. Si cree que con su pasividad y sus líneas rojas va a asegurar su electorado, también se equivoca. Y si el Partido Socialista del sur de España cree que confiarán en él al norte del Tajo cuando se presente con otro líder forjado con trampas, también se equivoca. El único beneficiario de las nuevas elecciones será el PP, porque todos los reformistas le habrán dado la razón a su inmovilismo por su declarada incapacidad de pactar para reformar. El viejo Hegel tenía razón: "Aquí está la rosa. Baila con ella". Eso es lo único seguro. En política, no sabemos bien cuándo ni a quién sonríe el destino. La rosa significa forjar un gobierno con Pedro Sánchez y Podemos, desde luego. Pero significa mucho más. Y eso de más es lo que hay que facilitar en las ruedas de prensa.