Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ferran y el virus

Nunca vi tanta gente enferma como en el cambio de año. El virus. Lo tuvo mi mujer, lo tuve yo, lo tuvieron mis hermanos y hasta mi vecinito Ferran, que canta con su madre grandes éxitos para cagoncetes y mantiene largos razonamientos con ella. Lo escucho mientras me afeito y me río. El chavalín tuvo que ser internado por un problema de plaquetas. Es ese virus que te descompone las tripas y te deja magullado. El primer día me dolían las rodillas; el segundo, todo el cuerpo; el tercero y el cuarto, se centró en la zona lumbar y luego se fue como había venido, qué raros son los virus de ahora: normal, mutan sin lluvia en inviernos calientes.

Supongo que sabes que has entrado en cierta edad porque crece sin cesar el cómputo de los afectados por esto y lo otro, la cifra de los que dejaron el juego («tienes que mirarte la próstata», me dice un amigo), en una especie de competición hacia la completa incompetencia. Dicen que el invierno se cubre de blancos cristales para depositar sobre ellos la nubecilla del aliento, que a veces es el último, y que siga la rueda. Cuando yo tenía la edad de Ferran, sólo había media docena de canciones infantiles, una buena parte bastante obscenas, aunque, al ser el pequeño de la casa, me alcanzó la primera ola del rock: los chicos de la cuadrilla de mi hermana eran tan modernos que se llamaban Peña Sputnik y ponían en el picú a Elvis y Jerry Lee Lewis. Me gustaban.

Mi hermana (en funciones de madre de complemento) y sus amigas, me llevaban al mar y se me iban pasando de unos brazos a otros (a veces me puteaban haciéndome aguadillas): nunca estuve tan a gusto como cuando flotaba en aquel cálido mar de tetas, digo de Tethys. Ahora, el escalpelo va a sajar uno de aquellos pechos adorables. Cuando mi querido tío Pepe vivía sus últimos días, le entraban tremendos accesos de desasosiego y en uno de ellos salió corriendo de la casa y tuve que seguirle un buen trecho hasta darle alcance y abrazarlo. La medicina funcionó pues fue aflojando los músculos de los brazos y entonces le sonreí a la cara y él me dijo como con la voz de un sueño: «Què curt ha sigut tot!».

Compartir el artículo

stats