Si se analiza con un poco de frialdad la incertidumbre que produce el actual panorama político español, donde la formación de gobierno se encuentra en un callejón sin salida, se observa que, en el fondo de todo el problema, más que el resultado disperso del voto en cuatro opciones electorales fundamentales en lugar de las dos habituales PP y PSOE, es en definitiva, el proceso independentista catalán y sus apoyos a nivel estatal, el obstáculo fundamental. Tan es así, que las convocatoria de nuevas elecciones generales parece irremediable.

Obsérvese, que la desaparición del papel estelar de Artur Mas de la escena política catalana, más que disminuir la presión sobre el Gobierno central, aparentemente, puede suponer una aceleración de las medidas anunciadas para el desenganche de esta autonomía del resto de España. Esto es así, salvo que el presidente Puigdemont, realmente haya percibido que el horno no está para muchos bollos en la escena estatal, sobre todo tras el rechazo del Jefe del Estado a recibir a la presidenta del parlamento autonómico; y por tanto, sus anunciadas medidas legislativas de calado, como la creación de la agencia tributaria catalana decida demorarla lo más posible, esperando que la constitución de un presunto gobierno bajo la presidencia de Pedro Sánchez, pudiera darle un mayor margen de maniobra para seguir adelante con su pretendida desconexión. Esta posibilidad, choca, sin embargo, con la oposición radical de ERC, y es de suponer que de la CUP, o de lo que quede de ella. A lo que se une, en esta hipótesis, la supuesta radicalidad independentista curricular del nuevo presidente catalán.

Pero lo que ha venido a poner la guinda en el ámbito de este pastel político español, por si no tenía ya bastantes condimentos; ha sido la raya roja de Podemos, con Pablo Iglesias en su papel de guía coral, tal como sucedía con el corifeo en el teatro griego, al pedir la inexcusable celebración de un referendo de autodeterminación para Cataluña. Pero claro, esta declaración estruendosa donde las haya para una organización política que no se cansa de decir que quiere la unidad de España, pero sobre la base de celebrar cuantos referendos de autodeterminación sean necesarios en los distintos territorios, casa no solo mal con dicha defensa, sino con la lógica más elemental. Se trata de una contradicción, insalvable, aunque al coro se le una el ínclito Errejón. Nadie pide una ración de independencia si no es partidario de la misma. Sólo cabe su rechazo. Como nadie pide un plato de tomate, si no le gusta. Es absurdo. Tal solicitud se queda para quienes son partidarios de comer tomate, no para los que lo repudian.

Así resulta, que es el independentismo catalán con la ayuda inestimable de Podemos, la causa que impide la formación de un gobierno de progreso no independentista, que aparte a Rajoy y al PP del poder, coautores directos del desaguisado social y político producido en España estos últimos ocho años. Lamentable.