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Presuntos inocentes

Les comunico, por si no lo habían notado, que el g

Grupo Popular del Ayuntamiento de Valencia (sus asesores, allegados y portadores del botijo) ya ha superado a los Cuarenta Ladrones de la fábula. Ellos son cincuenta presuntos, y aún pueden subir la apuesta ¿Y Alí Babá? En el Senado, tan a gusto, pues allí los mandarines y las mandarinas tienen las partes blandas envueltas en algodón en rama y suavizadas con talco, que ni conocen el susto y menos aún la muerte. Cada vez que Rajoy comparece en forma de plasma, alza la barrera del buen sentido como si lo practicara todos los días, o se somete a una loa incondicional en alguna televisión amiga, la Guardia Civil le da el alto a alguno de los suyos sorprendido con la saca y el antifaz de golfo apandador.

Luego llega el telediario y nos ofrece el último inventario de triquiñuelas y mangancias y con él y esposados, a los inventores de la diablura. Hay que practicar más la presunción de inocencia, entre otras cosas porque es posible que la antigua alcaldesa „¡y tan antigua!„ no se enterase de que los de la depuradora, ahí al lado, en Pinedo, le levantaban los billetes con palas (las mismas de acarrear los lodos), pero es inconcebible que todos se dedicaran a lo mismo, hay que trabajar agotadoramente para sacarse un futuro libre de incertidumbres y es de sentido común (esta vez sí) que alguien tenía que estar en la faena, corriente y necesaria, de encargar los bolígrafos y los folios, apagar las luces y cambiarle el tóner a la impresora, llámenle distraído o cumplidor.

Como la política es muy puta, convierte con facilidad a antiguos próceres en delincuentes consumados y, de la noche a la mañana, cambia décadas de impunidad, por pena de banquillo y telediario, con pública humillación y escenografía a la americana (el cambio de cromos como deporte de riesgo). Hasta a Alfonso Rus le han puesto la mano en la cabeza para meterlo en la unidad policial cuando es sabido que don Alfonso y un servidor ocupamos el espacio de una licuadora y no nos golpeamos la cabeza ni con el techo del chalé de un hobbit, un poco de respeto.

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