Quienes vemos con preocupación el panorama que ofrecen la Comunitat Valenciana y España, a la luz de los acontecimientos que arrecian en los últimos tiempos, tenemos la responsabilidad de expresar nuestra desazón ante el deterioro institucional que parece no tener fin.

La Comunitat Valenciana, inmersa en pleno proceso de cambio, se ve sumida entre la incomprensión de quienes ostentan el poder en la administración central del Estado y una continua aparición de escándalos e irregularidades que denigran su imagen y la de todos los valencianos. Descartada la teoría de la confabulación para interpretar los hechos, sólo cabe aceptar que el entramado dirigente e institucional ha de regenerarse, tras un largo período de crisis económica, social y de valores fundamentales.

En este panorama distingo dos niveles. El que ha de tomar el timón para dirigir la Comunitat Valenciana desde los estamentos políticos, la clase empresarial, la cúspide institucional y los líderes sindicales en el ámbito territorial de lo que fue el Reino de Valencia. Denominación que nunca habríamos de haber perdido los valencianos porque nos retrotrae a tiempos de autogobierno y dignidad. El segundo nivel es el que deberían desempeñar los valencianos que han de defender los intereses autóctonos ante las fuerzas que imperan en el exterior. Es patente la necesidad de poner a la Comunitat Valenciana en el mapa de España y de Europa. Los valencianos para ser lo que siempre fuimos y para crecer adecuadamente, necesitamos que los gobiernos de España nos reconozcan, nos escuchen y nos respeten.

La consideración hacia la Comunitat Valenciana no se limita a la reivindicación de la financiación justa y suficiente que se equipare, al menos, a la media del resto de autonomías. Somos una unidad territorial que, desde su pluralidad, dispone de lengua, de cultura, de instituciones, de sectores económicos, de historia y de trayectoria con probada lealtad y eficacia. Este potencial, unido a la capacidad creativa y productiva de sus ciudadanos, es un elemento fundamental y con personalidad propia, en el relanzamiento de España para que las nuevas generaciones recuperen la autoestima con respecto a sus orígenes y a su destino.

Esta declaración de voluntades será realidad desde el trabajo intenso, desde la comprensión, el entendimiento y la buena disposición. O nos salvamos todos o aquí no se salva nadie. Los empresarios más poderosos y prepotentes, junto con los políticos, convencidos cada cual de su verdad, jamás podrán lograr reorganizar la vida pública valenciana, defendiendo cada uno sus propios intereses, sin tener en cuenta las necesidades de los demás.

En otras épocas se consiguió que los valencianos fueran valorados y respetados. Nunca sin esfuerzo y sin sacrificio. Hombres de probada talla que conocí y con los que compartí el reto de luchar para conseguir victorias notables, son los que nos pueden iluminar con su ejemplo. El esplendor de las ferias valencianas que se desarrolló con José Antonio Noguera de Roig y Ramón Cerdá. El logro de la Bolsa de valores para Valencia que promovió titánicamente Joaquín Maldonado Almenar y que contó con la colaboración final de Manuel Broseta. El intento de relanzar el potencial económico y empresarial de José María Simó Nogués, primero desde la Cámara de Comercio de Valencia y después con el empeño de constituir un consorcio financiero que aunara a Bancaja y otras cajas de ahorro, Banco de Valencia, Banco de Murcia y de sumar el Banco de Alicante, impedido por una interferencia del público Banco Exterior de España, teledirigido desde Madrid.

Ahí tenemos nuestros referentes más destacados que, con sus aciertos y errores, pusieron en marcha el Instituto de Promoción Industrial (después Impiva), asociaciones sectoriales de exportadores (Arvet y Anieme), la primera oficina de servicios para promoción de la economía valenciana en el exterior (después IVEX), la primera oficina de la Comunitat Valenciana ante la Unión Europea en Bruselas, los primeros equipos preparados de técnicos y expertos en economía y gestión empresarial que asombraban en el resto de España. En definitiva, el notable impulso de las instituciones valencianas que se equipararon a las más relevantes en España y en el ámbito internacional.

Aquello se consiguió para todos los valencianos, que se movían por el mundo con el respaldo de sus instituciones y la hoja de ruta de muchos empresarios que lograron abrir mercados y situar a la Comunitat Valenciana donde se merece. Tuvimos nuestras decepciones, a partir de la misma incomprensión con la que se lucha en la actualidad. Los políticos también nos comprendieron y colaboraron en este esfuerzo constante y decidido. En muchas ocasiones tuvimos que defendernos de quienes, desde posiciones conservadoras y empresariales, no soportaban sentirse relegados por su propia incompetencia e incapacidad. Siempre quien menos hace y menos crea, dispone de más tiempo para conspirar. Aun así ahí están los logros de quienes, por encima de las personas y las conveniencias personales, pensamos y trabajamos por los intereses generales de la economía y de la sociedad. Los presidentes no éramos nada al margen de las instituciones a las que servíamos con entrega y dedicación plena. Sin prebendas, sin sobresueldos y sin cicatería ni falsas austeridades.

Esta es mi propuesta: pongámonos desde mañana a trabajar, desde el diálogo y la generosidad, por el bien de la sociedad y de las instituciones. La materia prima la tenemos, las personas están, el ejemplo también. Sólo nos falta la firme voluntad y el convencimiento de que se va a conseguir.