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La chispa de la vida

Nos acercamos a ver a Nes. Se trata de un trío afincado en el barrio de Russafa y muy de la tierra tal como la tierra es en la actualidad: la chelista y cantante es franco/argelina, Nesrine; el compositor y chelista, Matthieu, es un francés creativo y cachondo, o sea que algo se le está pegando y el percusionista, David, que al ser de Gandia suena raro. La música que despliegan es tan variada y abierta que conecta el Mediterráneo con el Misisipi. Una especie de rhythm & blues que igual se mueve hacia sonidos árabes que al soul, el jazz o la chanson... El caso es que aquéllo nos envolvió, con la suerte de habérselo propuesto a una pareja en la que ella es franco/marroquí de orígenes italianos y paciencia infinita al ser él todo un prenda de Orihuelica del Señor. Nos debíamos una porque la última salida resultó fallida. Fue al acercarnos a escuchar a un dúo de chavalas que interpretan himnos de Édith Piaf y de otras voces evocadoras pero que, sobrecogidas, se habían ido a París horas después de los atentados. Nes, por contra, nos dejó buen cuerpo que te cagas y contribuyó a que, con sus bajoncillos, la amiga se viniera arriba. Lo que está ella es como una rosa. Y, aunque no andes terminal tipo el personaje de Julián en Truman, sentirse en compañía de la gente que has ido haciendo tuya a lo largo de la pelea es lo que más satisfacciones reporta a uno. Ni los padres ni los hijos ni casi los perros o los gatos. Una cita con la gente que tú has escogido en la que discutes, bebes, ríes y en la que todos se llevan su merecido, dado que no existe nadie que se libre de arrastrar episodios transformados en grandes clásicos de sobremesa. Incluso en los trances más duros hay hueco para la distensión o para acompañar con intensos silencios como hace Tomás (Javier Cámara) en unas cuantas escenas prodigiosas. Suerte esta noche, amigos.

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