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Pedro Sánchez o César o nada

El día después de las elecciones generales, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, parecía menos líder del PSOE que nunca. Los barones socialistas, acaudillados por Susana Díaz, se aprestaban a defenestrarlo, mientras en Podemos se frotaban las manos pensando en una repetición de las elecciones en el cual lograran el ansiado sorpasso a los socialistas.

Un mes de «rajoyismo» más tarde, es decir: un mes después de que Mariano Rajoy se haya dedicado a practicar su deporte favorito (no hacer nada y esperar a que el tiempo solucione los problemas, o a que éstos desaparezcan), Sánchez se ha convertido en el candidato propuesto por el rey Felipe VI para intentar formar Gobierno. Y esto tiene una consecuencia inmediata, y muy importante: todas las miradas se centran en él, y aunque sus posibilidades sean escasas, eso no significa que no pueda lograrlo. La «sonrisa del destino», en palabras de Pablo Iglesias, puede convertirle en presidente del Gobierno. Y tal vez muchos, dentro y fuera de su partido, reconduzcan la relación que hasta ahora tenían con el líder socialista, así como la valoración que éste les merecía (en general, bastante poco elogiosa).

Para los rivales de Sánchez dentro del PSOE, el momento de actuar ha pasado. Ahora no tienen más remedio que esperar el fracaso de Sánchez, más o menos igual que espera Mariano Rajoy. Pero, hasta que fracase, muchos dirigentes socialistas ayer indiferentes, o directamente hostiles, a Pedro Sánchez pueden empezar a considerar que, después de todo, si Sánchez es presidente será mejor que lo sea gracias a ellos, o «con» ellos, y no a pesar de ellos. Puede que Susana Díaz mande mucho y que el presupuesto de la Junta de Andalucía sea enorme; pero obviamente no puede competir con los Presupuestos Generales del Estado.

Díaz podría recibir, una vez más, la lección que siempre depara el destino a aquellos que colocan a otro en un puesto de poder con el objetivo de que el «hombre de paja» se comporte como un testaferro agradecido y les guarde el fortín. Tarde o temprano, y más bien suele ser pronto, el testaferro descubre que es él quien tiene el poder y, jaleado por quienes le rodean, se dispone a ejercerlo. También contra quienes le colocaron en él. Ocurrió con Camps y Zaplana, ha ocurrido con Rajoy y Aznar, está ocurriendo con Sánchez y Díaz y en breve veremos cómo sucede algo muy parecido con Puigdemont y Mas: el que manda ahora decide mandar por sí mismo, para estupor del antiguo señorito.

Al mismo tiempo, la condición, aunque sea momentánea, de Sánchez como candidato a la presidencia le confiere un poder de irradiación en absoluto menor para los demás grupos políticos: a todos puede ofrecerles mucho, y muy variado, a cambio de la investidura. Y no olvidemos que, junto con las ventajas de un pacto de investidura y de Gobierno, en el paquete también va el alejamiento del fantasma de una repetición de las elecciones, que sin duda no quieren el PSOE ni Ciudadanos, pero posiblemente tampoco sea un objetivo de Podemos (a diferencia de la percepción que tenían de este partido en la noche electoral).

Porque es cierto que la reciente encuesta del CIS mostraba un leve ascenso de Podemos y un descenso del PSOE, suficientes ambos para que Podemos pudiera consumar, según el instituto demoscópico, el sorpasso en votos; pero este sondeo parte de la base de que Podemos iría en confluencia con otros partidos en Galicia, Cataluña y la Comunidad Valenciana. Y esto, tras el fracaso de los grupos parlamentarios propios, no está claro en absoluto (más bien lo contrario, en el caso de Compromís). Hoy, Podemos puede decir que cuenta con 65 escaños. En unas elecciones en solitario, aunque mejorasen resultados en el resto de España, tal vez se quedarían en 60 o 55.

En resumen: la investidura de Pedro Sánchez continúa siendo muy complicada, especialmente si la opción, como parece por ahora, es Ciudadanos (con quien el PSOE sólo suma 130 escaños). Pero es menos quimérica que la semana pasada. No cabe descartar que, o bien Podemos o bien Ciudadanos, acepte apoyar desde fuera la investidura de un gobierno de los otros dos, o abstenerse, a cambio de una agenda de reformas€ y de que no se repitan las elecciones.

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