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El descrédito de la política

El centro derecha valenciano deberá regenerarse, más pronto que tarde, a través de la refundación del PP con esas o cualesquiera otras siglas, o con la emergencia de los nuevos Ciudadanos, la resurrección de una nueva Unión Valenciana neoblasquista€ o con lo que sea

Un cargo electo popular sumido en el marasmo de la operación Taula atisba a comentarme cuán ingrata es la política que, en un instante, puede despojarte de toda una dilatada trayectoria de servicio público. No es ingrata, le contesto, es abrasiva. Y siempre ha sido así, desde la noche de los tiempos, y posiblemente así será hasta el final de los días. Nunca recomendaré a nadie que se dedique a la misma y eso que la generación a la que pertenezco coqueteó lo suyo con la política, en aquel entonces utópica, y por más que, a veces, la política le llame a uno de modo imprevisto, engatusándole, como si fuera una de las sirenas de La Odisea.

Tarde o temprano, la política se convierte en una ciénaga; cuando no son los otros son los tuyos, los jóvenes por jóvenes aunque pasen mil años, o los viejos por gerontócratas, lo cierto es que nunca se alcanza la estabilidad plena, la desaparición del conflicto. Recuerdo una merienda con el presidente Francisco Camps cuando acababa de ganar por aplastante mayoría absoluta: hijo de la caída del Muro de Berlín, Camps creía aquella tarde del Palau de la Generalitat en el fin de la historia; por entonces, los valencianos y el PP eran como un matrimonio a la antigua usanza, para toda la vida. Puras sensaciones sin valor real.

En los cuarenta años democráticos transcurridos hemos visto la trituración de un partido en el gobierno, la UCD, en una feroz batalla interna que por momentos recordaba una tragedia política de Shakespeare. Vimos eso y el felipismo, cuya sintonía con el común de los españoles parecía no tener fin durante su década incontestable en los 80. Hasta que se arremangó el llamado sindicato de periodistas y golpearon con el martillo pilón en la herida de los Gal y de aquellos personajes de sainete tintinesco que fueron Roldán, Paesa y el capitán Tan.

A Aznar, que se las prometía muy felices formando parte del nuevo orden mundial atlantista, se le desplomó el castillo de naipes con la inaceptable gestión del 11M y la sordera para oír el clamor de las caceroladas, premonitorias del regreso del activismo callejero a la política. Y a Zapatero lo zahiere su inopia con la gauche divine catalana, las hijas góticas y la farsa de su política económica con el tifón de la crisis ya en plena marejada.

Ahora le ha tocado el turno al PP, valenciano para más señas, cuyo hundimiento es irremisible, un partido que siguiendo a Camps ha pasado de creer en el fin de la historia a presenciar la liquidación de su propia historia. Por lo demás, se veía venir, estaba anunciado, cantado en algunos periódicos como este mismo, comentado entre líneas por los analistas y reconocido en múltiples conversaciones de café por cientos de proveedores de obras o servicios para las administraciones públicas. Quizás por ello, algunos tuvieron sensación de impunidad, pero los tiempos han cambiado y ahora la justicia y la policía se ven impelidas a escarmentar a la política. «Hasta aquí hemos llegado», ha exclamado Mariano Rajoy, pero al jefe del Gobierno en funciones también se le ha retrasado el diapasón. Ha llegado, pero tarde.

Ingrata política, al final. Como la que vivieron los comunistas que se enfrentaron a la dictadura jugándoselo todo, contra aquel franquismo que parecía eterno, como con el tiempo detenido. Desagradecida política no solo por la falta de resultados electorales, sino también por el sentimiento de profundo error vital que la mayoría de los viejos luchadores revolucionarios sintieron con el desmoronamiento de los países del Este y la pérdida de valor de sus ideales, una crisis tan intelectual como emotiva que duró desde la expulsión de Claudín y Semprún en 1964 hasta la pinza de Julio Anguita mediada la década de los 90. Una pinza a la que me remonto por lo que supuso de desamor de la izquierda añeja con la socialdemocracia posible.

Y aunque ahora a muchos les pueda parecer que Podemos es una especie de continuidad de aquel comunismo de antaño, poco tiene que ver salvo algunos gestos impostados o la utilización de palabras sueltas para articular la retórica política de este nuevo partido. No obstante, sí parece obvio que Podemos es el nuevo vehículo de los espíritus utópicos y de los excluidos del sistema de poderes, cuya población se ha multiplicado por efectos de la crisis y la corrupción. Ahora bien, lo que falta por ver es si desde ese campo son capaces de modularse hasta ocupar el espacio del centro izquierda que gestiona en mínimos el PSOE y que da las llaves de los gobiernos. En ello andan.

La misma lógica cabrá aplicarla al territorio de los conservadores. Por más que algunos exaltados lo pidan, el universo conservador ni puede ni debe criminalizarse, ni es prudente que la derecha se tire al monte. El centro derecha valenciano deberá regenerarse, más pronto que tarde, a través de la refundación del PP con esas o cualesquiera otras siglas, o con la emergencia de los nuevos Ciudadanos, la resurrección de una nueva Unión Valenciana neoblasquista€ o con lo que sea. Nadie sabe, a estas horas, quién ganará esa carrera, pero la misma ya ha comenzado.

Lo decisivo de la democracia no es ganar, y mucho menos hacer desaparecer al rival, sino canalizar a todas las fuerzas sociales en curso, dejándolas que evolucionen de un modo natural y evitando, claro está, que se enfrenten violentamente unas contra otras. Esto no lo dijeron Churchill ni Voltaire, pero está en el espíritu de ambos.

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