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Sí, y cuanto antes

Los nuevos aún se encuentran en la fase de los balbuceos, entre los vagidos del parto. No todos, algunos como es el caso del País Valenciano ya llevan años a cuestas con experiencias no siempre felices, con la manifiesta hostilidad de los poderes fácticos y de alguno de sus actuales socios.

Los papeles usurpados, devueltos a sus dueños. Los de Sigmar Gabriel, a Merkel; los de Valls, a Sarkozy; los del PSOE, al PP; y así etcétera, del Egeo al Báltico. El esfuerzo mental de repensar la socialdemocracia no es sobrehumano. Basta con una ojeada al inmediato pasado, con alguna molestia al presente. Los diplodocus al parque jurásico, con el agradecimiento por los servicios prestados.

Las elecciones catalanas y las legislativas españolas han propinado un sonoro sopapo a las llamadas formaciones políticas acostumbradas. Una señal de advertencia a todas ellas. Como las regionales francesas de noviembre. En las nuestras para entendernos, con una participación ciudadana ejemplar. Esto es, que no cabe esconderse en el descrédito de la política; ni en la indiferencia ciudadana, por supuesto. El batacazo ha sido solemne. En las regionales francesas, ante el avance de la extrema derecha, propuso Alain Juppé, nunca un parvenu, «hacer un ejercicio de lucidez». Aquí, muy nuestros, poco dados a razonar, se han decidido por la ignorancia, la descalificación, prescindir del entendimiento.

En el caso local, ante el hedor de una corrupción que se nos quiere como propia de toda una colectividad, la valenciana, se desentierra la sempiterna palinodia de las señas de identidad, la cocción del arroz, las banderas pisoteadas por la peste por no citar la vergüenza de una lengua, en efecto seña de identidad, reducida al eructo obsceno, a la flatulencia del recuento de los billetes de banco.

Los pensionistas dorados de hoy, con sus esfuerzos gratificados con estimulantes ingresos de las grandes empresas partidarias del TTIP, farmacéuticas al frente, con hijuelas mediáticas en manos de los amables fondos buitre. Actúan de Calcas, el adivino de desgracias. No soportan las injerencias de los recién llegados, como los de Podemos, pero no parecen nada descontentos con las amenazas, comprobadas y permanentes, de la derecha.

En fin, que si se consulta a las gentes temen el resultado, por conocido de antemano. Desean el asesinato en el comité federal, prefieren ignorar lo que sucede entre sus propias filas. Me refiero al PSOE y sus variantes, puede que incluso echen mano de Durkheim, de un suicidio en este caso asistido por los mismos que resucitaron al difunto en ciernes con la ayuda de los padres de alguno de los citados en el primer párrafo de este texto.

Los nuevos aún se encuentran en la fase de los balbuceos, entre los vagidos del parto. No todos, algunos como es el caso del País Valenciano ya llevan años a cuestas con experiencias no siempre felices, con la manifiesta hostilidad de los poderes fácticos y de alguno de sus actuales socios, desde la ley electoral a la propiciada ignorancia mediática. Los diplodocus en este caso se niegan a la inexorable extinción, incluso entre los más jóvenes de la especie, acostumbrados al pesebre (a izquierda y a derecha, ambas, una menos y otra más en función de los poderes detentados a lo largo del tiempo) y con el trasero al viento.

Una mirada a la historia podría ayudarnos. Sieberer y su Katalonien gegen Kastilien, de 1936, traducida en México en 1944 con un nuevo título: España frente a Cataluña. Éxito mínimo: no eran tiempos de lectura. O Brenan y su Laberinto español, en la entrañable edición en Ruedo Ibérico, de 1962. Con una ambición: no repetir lo que ya consideramos finiquitado. En apariencia no hay marcha atrás: la Iglesia, en sus templos; los ejércitos, en sus cuarteles o en sus destinos internacionales; los latifundistas percibiendo las subvenciones europeas endosadas por los gobiernos autonómicos; la Benemérita investigando cacos; la justicia, ciega; los nacionalistas españoles a la sombra de sus campanarios; los otros, en su territorio.

Las prioridades, conocidas. Para niños y mayores, la derogación de la Lomce; la aplicación de la ley de Dependencia; las pensiones y la igualdad educativa. Para jóvenes y maduros, derogación de las barreras laborales y estímulo a la economía productiva. Para todos, igualdad de género; la derogación de la ley Mordaza; el reconocimiento del carácter plurinacional de un estado en que podamos convivir desde la diferencia., con sus instituciones financiadas con rigor y equidad.

Lo que pareció objeto de chanza, de escarnio en Cataluña es ahora esperpento en España, carísimo a costa del contribuyente valenciano. Los dos millones de electores independentistas catalanes merecen el mismo respeto que los siete millones de electores del PP. Como si fueran diez mil en cualquier sentido.

Que nos consulten, sí, y cuanto antes. La ciudadanía espera un gobierno de cambio y de progreso. Ventilar, o admitir y exponerse a la fetidez de la cloaca desapreciendo por ella.

Si no, a las urnas ciudadanos.

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