Es curioso, pero si la corrupción es uno de los grandes males del país y tiene en el gobierno al cargo a su máximo responsable (activo y/o pasivo), no acabo de entender como parecemos tan tranquilos con la prórroga, de momento indefinida, de este Ejecutivo. A la manifestación contra los corruptos del último domingo en Valencia acudimos unos pocos miles de personas, y eso que en las últimas semanas hemos visto como Rita Barberá pasaba de Sol del Levante y Terremoto Moreno a comadre del visillo. Hasta el antiguo conseller Serafín Castellano era señalado como sospechoso de haberle sacado al fuego (forestal) tanto partido, al menos, como el inventor del chuletón a la piedra.
A lo peor nos hemos muerto y aún no los sabemos. El otro día leí los juicios de varios corresponsales extranjeros en España y, llamativa coincidencia, señalaban nuestra facilidad para pasar de reyes del mambo a sentirnos como una infamia que se arrastra. O viceversa.
Ciclotímicos: si habla mal de España, es español. Sin embargo, el país funciona y todos nos conducimos con una moderación no sé si digna de encomio o de alarma, cuando tan nerviosos nos ponemos en una final de la Copa de Europa que se ha de zanjar con una tanda de penaltis. Pronto se nos ha olvidado la urgencia de resolver, en lo posible, las necesidades de las personas vapuleadas por la crisis. Se nota que los diputados, nuevos o viejos, cobran todos los meses.
No me lo tomen como un apremio y mucho menos como una invitación a las soluciones tajantes, pero ¿serían tan amables de concertar una alianza, sin exclusiones, que deje al margen al gobierno y partido más podridos que haya sufrido este país desde la Guerra de la Independencia? Es solo un arreglo: para un par de años. Luego, ya se verá. O convoquen nuevas elecciones, aunque no sé si es buena idea volver a la casilla de salida. Ni Ciudadanos ni Podemos tienen derecho a ponerse estupendos, se les votó para ponerse manos a la tarea, con un poco de limpieza: pueden estrechar la mano de cualquiera, si no mancha de chorizo.
