Los tópicos son reflejos de la conciencia colectiva que muchas veces se inician por efecto de determinadas circunstancias sociales o del puro azar, llegando a generalizarse de forma inesperada en distintos ambientes hasta convertirse rápidamente en puntos de referencia de la mayoría social. Incluyen desde aspectos superfluos a otros de más enjundia, variando desde hábitos en el vestir a la utilización de expresiones coloquiales o desde inquietudes culturales hasta posicionamientos políticos. Un tópico, una moda, se generaliza pero puede desvincularse con su uso del sentido y origen del hecho que lo provocó, optando a derivas impredecibles como la ola que desde mar abierto acaba unas veces rompiendo con estruendo y otras mansamente acariciando la playa.

Términos como el de la corrupción pasan a primera fila de titulares y comentarios basados en la evidencia una serie de hechos relevantes que acaban polarizándose en una sola acepción, en este caso relacionada con el dinero, dejando de lado otras connotaciones en las que también debería repararse. La palabra corrupto, en mis vagos recuerdos de la infancia, tenía menos relevancia que la de incorrupto, que implicaba una idea de excelencia o milagrosa, menos prosaica que en la actualidad. Lo incorrupto era entonces lo que más se oía, como las reliquias, lo intocable o la virginidad, ya que por las mayores trabas para identificar a los posibles corruptos en las épocas de dictadura, éstos no eran noticia ante las dificultades de su desenmascaramiento.

Hoy, sin embargo, lo de corrupto está en boca de todos, especialmente referido a la acción política y concordante con el tópico de que el poder corrompe. Pero no debemos dejarnos llevar por el solo hecho de asociar corrupción a la sustracción o desviación monetaria de forma fraudulenta. Eso es lo más aparente y relevante, pero también puede no ser lo más preocupante.

No hay que bajar la guardia aunque todos los ámbitos sociales y políticos se llenen la boca lanzando desafueros contra el robo y la corrupción dineraria, por mucho que ello nos duela. Ahora, seguro que todos se van a esforzar por poner en evidencia a los que presuntamente y casi con seguridad son unos corruptos, prometiendo en sus programas una trasparencia exhaustiva y la pena máxima junto con el reembolso de lo sustraído. Eso está muy bien, pero hay más.

El lado positivo de sacar a la luz del día las actuaciones torticeras del partido responsable, va a ser la puesta en marcha de unas estrictas medidas de control que harán más improbable que estas situaciones se repitan. Dependerá mucho de cómo se den alas a la justicia, de su imparcialidad y de su celeridad en las actuaciones para que lleguemos a confiar en los políticos, pues mientras ellos no hagan los cambios legislativos necesarios para cambiar la justicia en el camino de lo dicho, todas las buenas intenciones serán agua baldía.

La actuaciones mafiosas, las extorsiones y las muertes a bajo precio no acabaron con el gansterismo de Al Capone (1899), sino la aplicación de la ley relacionada con la evasión de impuestos fue lo que le llevó tras las rejas. Hay que legislar para conseguir que la justicia sea independiente, rápida y dotada de los medios que pida para su mayor eficacia. Solo así conseguiremos educar a los españoles en una responsabilidad y seriedad a la que no estamos todavía habituados, con la esperanza de llegar a conseguir, en una o dos generaciones, un cambio en nuestra pícara mentalidad.

En consonancia con lo dicho, tenemos que poner énfasis no solo en la corrupción monetaria, porque el tópico de corrupto debe ir mucho más allá. No debemos hacer oídos sordos ante las corruptelas propias del lazarillo de Tormes que nuestra piel de toro aún lleva dentro. También son corruptos los que sin tocar una moneda usan su poder e influencias de forma improcedente para ocupar un puesto inmerecido, compiten con malas argucias para ser dominantes por encima de todo, se saltan las normas de convivencia por insolidaridad, y en general anteponen cualquier satisfacción de su ego personal al del bien común.

Aunque no sea cuestión dineraria, no vale todo ni el fin justifica los medios. Tan corrupto es el político que mete la mano en la caja B, como el que sin tocar un euro utiliza sus manejos, filias, fobias y grupos de presión para dominar a los demás sin permitir el desarrollo de otras formas de pensamiento o actuaciones que podrían ser enriquecedoras para su propio partido o la sociedad. Líbrenos pues, el dios de cada uno, de estos corruptos de guante blanco, de los que se autoexcluyen de serlo porque no amasan fortunas. Estemos alerta de los agazapados que esperan su oportunidad como aves de presa, pues se llevarán por delante a los ilusos y buena gente que quieren un cambio para que la sociedad se desarrolle solidariamente en beneficio de la colectividad y del futuro de nuestros hijos.