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Don de la ebriedad

La velocidad es un dato de la mayor relevancia en cualquier cosa que sea o suene a contemporánea, así se hizo el periodismo: como un aceleración de cero a cien en un siglo. De la vacas de Clarín, al bakalao, hay algo más que una evolución. Un conmoción cultural, tal vez un desastre antropológico, sólo puedo decir que no ignoro que la velocidad atrae, coloca, te vuelve adicto. Está el burbon y está la sidra, pero, queridos, no es lo mismo. El periodismo es un oficio de lance, el lumpen de la representación cultural, con el periodista siempre vestido de romano para hacer bulto mientras otros interpretan los misterios gloriosos. Pero ya digo, coloca: más de lo que hubiera estado dispuesto a admitir no hace mucho.

Claro que, para compensar, está la poesía que es palabra acuchillada, quieta y broncínea o azogada y visionaria. Así fue como me compré, por sugerencia de la librera y escritora Núria Cadenas, la Obra completa de Óssip Mandelstam, otro de mis judíos, el que decía de él y sus colegas de oficio que «sentían nostalgia de la gran cultura». Se nota. Otra cosa no se puede sentir cuando ves la tele y escuchas al glorioso líder y te parece que desfila una legión de descabezados. Esta obra completa está en catalán y es la primera que se hace en España. La Península, la nuestra, es un caso aparte: sumando las razas malditas, agotes, gitanos o judíos, levantinos, catalanes y vascos, somos más que los normales. Pero no salimos en los cromos: como los portugueses.

Un portugués, cristiano, de izquierdas, mi admirado Gabriel Magalhaes, dice que lo nuestro tiene tantos colores como un papagayo y que Cataluña «más que un Estado propio, necesita el suficiente» (hace muchos años que escribo que la mejor fórmula para Catalunña es un Estado no declarado: como los ingresos de Rodrigo Rato). Claro que Magalhaes pertenece a un país mariano y lírico, en un permanente nirvana de pantera nebulosa, tan panteísta que excomulgaba a los arboricidas de cierto paraje. «Continuar, continuar y mejorar. Consolidar, esa es la clave», dice Magalhaes de la democracia española. Y portuguesa.

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