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La virgen que cuida embarazos

Campanar, en el XVIII, era una población desperdigada sobre mullida alfombra verde, semejando un rebaño de ovejas recostadas sobre el tierno musgo de fresca pradera, cuenta el cronista Miguel Gimeno. Sus partidas: Camino Nuevo, Tendetes, Huerta, Arriba, Pohuet, San Pablo, Casas del Río y Calvario. El término municipal se extendía desde el puente de san José hasta el linde con Paterna. Aquí puso El Cid durante nueve meses su campamento en el sitio de Valencia y más tarde, los almogávares que colaboraban con Jaime I colocaron aquí sus tendetes.

En el Llibre del Repartiment aparece con el topónimo Campanarium. Mestalla, Rascaña y Tormos regaron siempre sus feraces huertas aliñadas con el limo de las riadas. En las alquerías, el medio millar de sus moradores, criaban vacas cuya leche vendían cada mañana en la ciudad. Junto al río había extensos pinares con cuya madera se hizo los principales palacios de Valencia.

En 1836, los vecinos quisieron constituirse en ayuntamiento, atendiendo al artículo 310 de la Constitución imperante. El Ayuntamiento de Valencia se opuso, la Diputación lo aprobó y en 1837 eran pueblo independiente. Poco les duró la autonomía, la gran urbe luchó lo indecible por convertirlos en arrabal suyo.

Desde antes de la invasión islámica, se cuenta que la Virgen era venerada aquí, lo que indica una cristiandad primitiva con el nombre de María de Campanar, la cual sería ocultada en las entrañas de la tierra para no ser profanada «por los sectarios de la media luna». Tras la conquista jaimina, hubo culto a la Virgen en el ermitorio de una alquería, estaba pintada sobre una tabla de madera y se le adjudicó el título de las Misericordias. Aquella ermitita fue convertida en parroquia en 1507, independiente de la de santa Catalina, que llevó a los tribunales eclesiásticos el que le quitaran de su jurisdicción la hijuela, perdiendo el asunto en la Sagrada Rota.

El 19 de febrero de 1596, unos albañiles encontraron excavando los cimientos del nuevo templo, una imagen de la Virgen, de dos palmos de altura, ocho siglos sepultada en tierra, a la que denominaron Madre de Campanar. «Mare del que no te par/ de tot lo mon advocada/ sou Maria intitulada/ la Verche de Campanar».

Sus historiadores y apologetas le atribuyen numerosos milagros. Entre ellos, que «la señora vestida de blanco y bien parecida» salvara de perecer en pozos, río, acequias y molinos a niños jugando en su entorno. O favoreciera preciada lluvia que le pidieron sacando su imagen en procesión de rogativas en la fuerte sequía de 1668. Hay un largo listado de hechos prodigiosos en el recuerdo.

Mas la especialidad milagrosa que se le adjudica es la de protectora en los partos difíciles. Al menos así siempre se le consideró. La imagen, hecha de un material similar al de la escayola, tiene en su parte posterior una oquedad hecha por múltiples raspaduras. Tantas y tan burdas que para que no la estropearan más un obispo dictó normas de cómo debían hacerse para obtener sus milagrosos polvos. Con un cuchillo de plata y siempre por manos de clérigos.

«La manera de tomarlos regularmente es con caldos, o bebida sea la que sea, procurando antes implorar la protección y amparo de la Virgen, rezándole una parte del rosario, o una salve o avemaría? No hay ni ha habido alguna mujer en Campanar que en los dolores del parto no se acuerde de esta tierra bendita, que es la medicina más eficaz en tan amargo trance». La oración que debía acompañar su bebida era: «¡Oh, Virgen hermosísima!. Compadeceos de tantas como por malos partos tiene la sepultura; y pues sales de ella, sea, Señora, para que en ella no entren tantas mujeres».

La tradición cuando una mujer de Campanar entraba de parto colocar sobre la mesita de la cama, una vela que iluminaba una estampa y un vaso con agua en cuyo interior se había disuelto el polvillo procedente de la raspadura de la imagen de María de Campanar, consideradas «partículas divinas».

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