A raíz del enésimo caso de corrupción habido en las filas de los populares valencianos, se ha planteado la gran cuestión, la de la refundación y puede que redenominación del Partido Popular. No han bastado cuatro citas electorales perdiendo apoyos de manera incontenida. Ni siquiera que en ese descenso se hayan quedado por el camino muchos votantes que no se ven reflejados ni se van a volver nunca representados por un partido casposo en sus estructuras y en sus cuadros de mando. Ha tenido que ser la puesta al descubierto de un entramado sistémico de corrupción, lo que haya hecho pensar a la actual cúpula de los populares.

La corrupción no es una causa, que no se engañe nadie, la corrupción es un efecto de algo más profundo. Hace mucho tiempo que el PP dejó de merecer el apelativo de un partido liberal conservador, para convertirse únicamente en una maquinaria muy bien engrasada de dar y repartir favores, casi siempre entre los mismos. La renuncia a los principios que deben inspirar la acción de gobierno, conllevó de manera simultánea el abandono de cualquier otro principio ético que debe regir la acción política.

Ahora el Partido Popular en la Comunitat Valenciana y también en toda España, se enfrenta al mayor reto de su historia: saber qué quiere ofrecer a sus votantes. La dificultad para el PPCV es máxima cuando hasta ahora, jamás ha habido un solo foro interno donde poder debatir alguna idea. Es hora de afrontar el reto de la construcción de una derecha laica y sin complejos. El desafío no es baladí. Somos cientos de miles de ciudadanos con unas convicciones ideológicas liberalconservadoras, a quienes nos repele el olor a incienso y sacristía, y nos echan para atrás la gomina y la pose.

Una derecha moderna tiene que posicionarse en lo que de verdad son las grandes cuestiones que afectan a la vida de los ciudadanos. Debe romper definitivamente con las directrices de los obispos, se puede ser liberal o conservador y ser ateo, no hay ninguna contradicción. Se puede ser un ciudadano ejemplar sin observar el Sabath, ni ponerse mantilla. Se puede ser liberal o conservador y pensar que los homosexuales son personas tan normales como los heterosexuales. O que cada uno tiene derecho a hacer con su vida o su sexualidad lo que le dé la gana, sin que un cónclave de jerarcas sea quien separe el bien del mal. Y además, una opción liberal o conservadora moderna no tiene porqué ser monárquica, tan noble es la opción monárquica como la republicana. Ya está bien de apriorismos atávicos.

Una derecha ha de fundamentar su discurso en el respeto sagrado a la libertad y a la propiedad privada. El ejercicio de la acción política tiene que ir presidido por la transparencia, pero de verdad y sin miedos, no es malo tener dinero, es malo haberlo robado. No hay que pedir perdón por tener patrimonio, sino que hay que ponerse a trabajar para que el talento de los jóvenes y no tan jóvenes que hay en esta tierra dé fruto y permita que la gente mejore su nivel de vida. Una derecha volcada en garantizar las oportunidades con arreglo al mérito y al esfuerzo, liberada del complejo de ser socialdemócratas, eso sí con cirio y capirote.

La tarea no es fácil. Sin embargo, el momento ha llegado. El Partido Popular tiene que elegir si intentar refundarse o si prefiere meramente redenominarse y que sea otro quien construya una derecha laica, moderna, dialogante y con discurso propio.