La epidemia de políticos del PP investigados por supuestos casos de corrupción me recuerda lo que decía un amigo gracioso: «Es natural que los políticos tiendan a la corrupción, pues son humanos y los humanos somos materia orgánica, y ésta tarde o temprano se corrompe». Bromas aparte, la evidencia de que no se trata de un caso aislado, como repite cual letanía Mariano Rajoy, nos habla del carácter estructural de la corrupción en dicho partido. Es cierto que todos los que han gobernado han tenido casos de corrupción, pero ninguno iguala las dimensiones que encontramos en el PP, y más en concreto en el PP de la Comunitat Valenciana.

Es importante apuntar los factores que facilitan esta excepcionalidad: por una parte tenemos la consabida mayoría absoluta, que no es precisamente la mejor opción en democracia, pues permite relajarse mucho en los procedimientos del buen gobierno. Por otra, la dilatación del tiempo continuado en el poder „23 años consecutivos de Rita Barberá como alcaldesa de Valencia„ que tiende a generar inercias de clientelismo y una creciente sensación de impunidad, que a la postre suele desvanecerse de golpe. Y por último, el perfil de los políticos valencianos del PP, muchos de ellos vinculados previamente al mundo empresarial y a los negocios privados, que facilita la consideración de la política como una prolongación de la empresa, algo parecido a lo que ocurrió con Bush hijo y los intereses petrolíferos. Se trata de lo que en su momento se acuñó como política extractiva, una alianza de intereses entre el sector privado y el público, en detrimento de este último.

Y de pronto nos encontramos con la mayoría de los cargos del PP municipal de Valencia investigados, pero no Rita, la gran jefa a la que no se le escapaba nada, gracias a ese paraíso legal que es el Senado. Pero no olvidemos un cuarto factor que facilita la corrupción: la condescendencia de sus votantes. Rita es un claro ejemplo del político valenciano populista, cercano a este pueblo que muchas veces ha mirado a otro lado ante el evidente dinero negro vinculado al ladrillo, pero que sin embargo no tolera la misma corrupción cuando llegan las vacas flacas. Una alcaldesa que sabía hacerse pueblo con el pueblo en los mercados de la ciudad, pero que luego gastaba grandes sumas de dinero público en hoteles de lujo, regalos a otros políticos del PP y comidas suntuarias. Qué lejos está todo esto de la idea de servidor público y del sentido común. ¿Dónde queda lo popular? sólo en los gestos publicitarios. Mientras tanto prosigue la justicia, que será lenta, pero constante: ya han caído Blasco, Carlos Fabra, Rus, y hasta Camps fue juzgado... Tiempo al tiempo.