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Gnomos en la vía pública

No salgo de mi asombro tras leer la noticia. Una concejala del Ayuntamiento de Valencia ha tenido la idea „una ocurrencia la definiría mejor„ de proponer una moción para que siguiendo el «exitoso» ejemplo de la ciudad polaca de Wroclaw „la antigua Breslau de la Silesia alemana, también reconocida de antiguo con el sonoro castellano de Breslavia„, se instalen en espacios estratégicos de la ciudad grupos escultóricos que atraigan el turismo. No sabemos en qué clase de turismo está pensando nuestra concejala, pero a tenor de la imagen que se muestra de la mencionada Wroclaw, nos tememos lo peor. Lo que se destaca de la metrópolis polaca es un conjunto de ¡gnomos de bronce! ubicados en un jardín público, que en cualquier caso recuerdan las figuras de enanitos que británicos y centroeuropeos de mal gusto suelen disponer por el jardín de sus casas adosadas. Si han visto Full Monty, saben a qué me refiero.

La iniciativa de la concejala va más lejos, al postular una adaptación de los motivos escultóricos a la tradición valenciana, para lo cual advierte de lo interesante e interesado que sería contar con la asistencia del gremio de artistas falleros. Los gnomos, claro, no se localizan en el imaginario colectivo valenciano, así que habría que estudiar otras alternativas. No sé, quizás angelitos, tan del barroco mediterráneo que hábilmente reinterpretó el genio de Mariano Benlliure. O cuernos de la abundancia, que ya decoran muchos motivos en Valencia, o doncellas con ánforas como las que modeló en la fuente de la plaza de la Virgen el tardoacademicista Manuel Silvestre.

Atraer turistas con esculturas al aire libre no es nuevo, viene de lejos. Otra cosa son los gnomos, o los motivos tradicionales. La gran estatuaria pública ha sido siempre un modo de expresión del poder establecido „a visitar las grandes salas del Victoria&Albert Museum con sus réplicas a escala real„ aunque a partir de la Ilustración desemboca en un mecanismo de reconocimiento a las eminencias del pueblo€ Hasta Rodin, cuyos burgueses de Calais revolucionan por completo la escenografía escultórica, previa a la modernidad cuyo hito se gesta décadas después en Chicago, donde encargan gigantescas esculturas a Picasso y Calder para tratar de superar en vanguardia a la siempre díscola Nueva York. No son esculturas propiamente dichas pero operan en la misma función totémica monumentos como la Torre Eiffel o el Atomium de Bruselas, cumbres de la fotografía turística universal.

Estamos, de hecho, muy a favor de ubicar conjuntos escultóricos en nuestras calles, pero por eso mismo nos parece un asunto demasiado serio para dejarlo al albur del desentrenado gusto de un turista cualesquiera. Bastantes horrores visuales hemos de soportar ya en la ciudad de Valencia, pues con excepción de las dos esculturas de Miquel Navarro „la Pantera Rosa y el Parotet„ y las de Alfaro „en la Estación y en Viveros„ poco más de calidad contemporánea hay en las vías públicas valentinas dada la tendencia de nuestras autoridades, sin formación artística, a poblarlas de cursilerías y coentores, incluyendo los parques.

Las cimas del kitsch levantino de la modernidad se han alcanzado en algunas piezas ubicadas en el cauce del Turia, en el túmulo conmemorativo a Antonio Ferrandis, Chanquete, del Paseo Marítimo y en las rotondas que encargan ingenieros de Caminos al primer artista conocido de su familia, como los autores de los anzuelos en la pista de Silla o el conjunto escultórico, con campesina y burrito tirando de noria que culmina la rotonda del Impiva en Castelló de la Plana. De estas categorías excluyo la Dama de Elche en cerámica azul de Manuel Valdés, que me parece una pieza fallida, e incluyo entre las horteradas las pueriles esculturas de Ripollés.

Así que, desde luego, habría que instalar esculturas en calles y jardines de Valencia, de hecho algunos espacios urbanos que parecen imposibles solo se resolverán plásticamente con soluciones escultóricas, como ocurre en las desestructuradas plazas del centro de la ciudad fruto de esponjamientos urbanísticos mal hechos: la plaza del Ayuntamiento, la de la Reina€ Eso hicieron en Barcelona a raíz de las Olimpiadas del 92: se creó una comisión de expertos para autorizar cualquier hito o elemento a instalar en las calles barcelonesas, con el resultado de que la Ciudad Condal „el principal destino turístico del país, por encima de las playas mallorquinas o canarias„ se ha poblado de estupendas esculturas de artistas como Claes Oldenburg, Roy Lichtenstein, Rebecca Horn, Juan Muñoz o nuestros Alfaro, Navarro e incluso Mariscal. Tal es la pasión por el tema, que los mismos arquitectos se lanzan allí al terreno de la escultura, como ocurre en los casos de Nouvel, Isozaki, Enric Miralles y el mismísimo gran pez de Frank Gehry.

Una comisión de expertos. Este es el quid de la cuestión: una autoridad pública, democráticamente elegida, no está para tener ideas u ocurrencias. Su misión es la de servir de intermediario político entre los ciudadanos que lo eligen y las soluciones que dan a los problemas las personas versadas en cada materia. El poder democrático no se ejerce caprichosamente, ni de ningún modo subjetivo. La buena virtud del político es la de escuchar a cuantos más, mejor, y decidir, sí, tras haber estudiado y conocido las múltiples respuestas al problema. Ideas hay muchas en el ambiente€ captarlas, evaluarlas y propiciar la mejor, en eso consiste la tarea del buen gestor público.

Y cuando digo expertos no me refiero a representantes alícuotas de academias, asociaciones y demás gremialismos más o menos organizados, sino a profesionales de verdadero prestigio, lo cual nos evitaría algunos sonrojos como los que estamos viviendo recientemente con los concursos culturales que se vienen promoviendo desde otras instancias públicas valencianas. ¿Tan difícil es en esta ciudad tener una jerarquía clara de la verdadera calidad cultural?

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