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José Sierra

La tierra abandonada

El frío no acaba de instalarse en este atípico invierno. En el interior hiela algo por la noche, pero apenas levanta a mañana, un calor tibio da paso a agradables temperaturas en las que el sol reina, deshace los cristales de hielo y comienza a agredir nuestra piel casi cómo cuando lo buscamos en la playa. Todo invita al paseo, aunque a veces no nos guste lo que vemos. Hay muchos motivos por los que una actividad que se presupone agradable acaba por provocar en nosotros el efecto contrario y una de ellas es el paisaje, su transformación, su deterioro. Hoy hemos sido víctimas de esa decepción sobrevenida al fijar nuestra atención en las inmensas soledades de la huerta y el secano abandonado en torno a nuestra ciudad de origen, Requena, aunque muchas voces nos recuerdan que no es un problema local, sino una metástasis generalizada, en la Comunitat Valenciana y prácticamente en toda España.

Los agricultores valencianos dejaron de cultivar en 2013 más de 8.000 hectáreas, situando a la Comunitat Valenciana a la cabeza del abandono de tierras de cultivo en España. En 2014 hubo un ligero repunte atribuido a la fiebre del caqui, pero la tendencia es clara y desde 2002 se han perdido más de 164.000 hectáreas de cultivo, según denunciaba Cristóbal Aguado, de AVA. Falta de rentabilidad, sequía, la promesa de una rápida rentabilidad urbanística... El entorno de las ciudades se ha convertido en un páramo de huertas abandonadas y sistemas de regadío moribundos transformados en pequeños vertederos y escombreras. Al margen del gran problema agrícola que se adivina tras el abandono, existe también un problema social, cultural y medioambiental. Mientras en las grandes ciudades se alzan movimientos para recuperar los huertos urbanos, en muchas poblaciones de tamaño medio desaparecen cada año cientos de hectáreas de cultivo. Una pena, en tiempos de necesidad, una pérdida irrecuperable en términos de patrimonio (sistemas de regadío, comunidades de regantes, infraestructuras) y una oportunidad perdida también de mantener cultivos que absorban CO2, nuestro avieso enemigo climático.

Hace unos meses, la Diputación de Valencia tuvo una iniciativa para crear un banco de tierras que seguramente ha quedado en nada o en menos, aunque quizá es tiempo de recuperar la propuesta. Si alguien quiere cultivar,la propiedad no debería ser un problema. Si algo sobra ahora mismo es tierra sin cultivar.

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