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Deutsche, otro gigante con pies de barro

El mayor banco europeo, el Deutsche Bank, se encuentra en el ojo del huracán que ha barrido los mercados internacionales en las últimas semanas. Las dudas sobre el estado real de sus cuentas ha desatado las alarmas hasta el punto de que los más agoreros han llegado incluso a considerar la posibilidad de que se conviertan en el Lehman Brothers europeo, en referencia al banco de inversión estadounidense cuya caída en 2007 desató la crisis financiera internacional que aún padecemos.

Al igual que en el caso estadounidense, es precisamente la unidad de banca de inversión la que ha llevado a su actual situación crítica al gigante teutón: ese negocio le generaba antes de la crisis el 70 % de los beneficios pero ahora es solo una fuente cotinua de minusvalías. De hecho, el banco declaró el año pasado unas pérdidas de 6.700 millones de euros. Esa trayectoria ha acarreado, además, una continua depreciación de su valor bursátil: si en aquellos años la acción cotizaba a más de 100 euros, en estos momentos oscila sobre los 15.

Para intentar calmar a los inversores, la entidad anunció la semana pasada la recompra de una de sus emisiones de deuda propia más arriesgadas „los denominados cocos„ por valor de 5.000 millones de euros. El problema, sin embargo, es que nadie tiene la certeza sobre la exposición real del banco a los complejos productos financieros y derivados con los que ha operado en la banca de inversión. Y el temor es que sea muy superior al resto del sector europeo.

Además, el Deutsche está sujeto en estos momentos a unos 6.000 pleitos por mala conducta en cuatro países, que podrían suponer un coste de hasta 10.000 millones de euros en indemnizaciones de aquí al año 2019, según los analistas. Sin contar con las cuantiosas multas que las autoridades estadounidenses y europeas pueden imponerle en base a las investigaciones sobre prácticas ilegales que se llevan a cabo en la actualidad. No hace tanto, ya fue multado con 2.252 millones de euros por haber manipulado el denominado índice libor en el mercado de Londres.

Pero no ha sido la única práctica irregular con la que se ha vinculado al banco. Entre otros asuntos sucios, colaboró con las cuentas falsas de Enron, maquilló los datos sobre su exposición a las hipotecas subprime en Estados Unidos, apostó a la baja contra empresas españolas o espió a periodistas y directivos. Para intentar enmendar en parte las pérdidas provocadas por todo este cúmulo de despropósitos, el año pasado despidió a 35.000 empleados y abandonó diez países.

Después de las dudas sobre la situación real de las cajas de ahorros alemanas „a las que el Gobierno de Berlín jamás permitió auditar por parte de la UE„ el ministro de Finanzas germano se vio obligado días atrás a salir en defensa de su principal banco. Pero la realidad es que después de años de dar lecciones a sus socios europeos (España, Portugal, Grecia, Italia e incluso Fracia) sobre la gestión de su sector financiero, ahora Alemania afronta el oprobio de tener que aplicarse su propia medicina. Aunque está por ver si será suficiente para evitar el desastre.

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