Nadie sabe o sabía nada, pero ese no saber ya es o era saberlo todo. Porque no sabiendo nada ya se sabe o sabía del no a la estabilidad precaria y de la mira puesta en el cachondeo recio, y porque se han colgado y se siguen colgando andrajos para tapar el ansia vergonzosa por el mando y los doblones. La farsa empezó llamando negociación al trueque, y arrimando el estorbo del gobierno para discutir primero las cuestiones pecuniarias, que son aquí las importantes. No se conocen o no se conocían los vericuetos del chalaneo político, pero la conducta de sus protagonistas deja muy claro el resultado final: que no habrá gobierno por mucho que lo haya, ni acuerdos por mucho que se firmen; que sólo habrá sueldos y prebendas, asientos y sinecuras, disimulos y arbitrismos, componendas y falacias, mentiras y medias verdades; que subirán los impuestos y bajarán las pensiones porque todo es poco para sostener el inmenso armatoste administrativo; que aumentará la formación profesional y menguará la universidad porque somos un país de servicios que necesita camareros y no eminencias; que habrá clientelismo electoral, subsidiadores y subsidiados, prestidigitadores y prestidigitados, timantes y timandos, dividendos y divisores con resto cero y cociente separatista, que de ilusión también se vive y alguna sale a cuenta. De modo que nadie sabe nada pero todo se sabe, porque de donde no hay políticos no se puede sacar política, ni Estado de donde no hay estadistas.

La población observa, entre atónita y risueña, este preludio de los tahúres, mientras espera la esperpéntica fuga tentándose la bolsaza del dinero negro „hágamelo en «b», que se lo gastarán reformando despachos„; porque la población, contra lo que piensan los figurantes que han tomado el congreso, no se chupa el dedo, y conjura las alcabalas con tocomochos. Que no se afanen, pues, los cargos electos fingiendo ajetreos y componendas, transacciones e investiduras: al final habrá unos que mandan y otros que se defienden. Alcabala y escamoteo. El mismo juego de supervivencia de siempre. La gente aparenta novedad y expectación, pero sabe que gobierno ninguno y gobernantes menos. Los analistas y los retóricos dicen que no hay nada claro, pero sólo es por cambiar el escaparate, por matar el tiempo en el palco y, de paso, insuflar emoción a unos espectadores que conocen el final.