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De CiU a Ciudadanos

No ha habido muchas ocasiones en las que el PSOE necesitase un socio más o menos estable para gobernar (para la investidura y las votaciones de Presupuestos, como mínimo). En época de Zapatero, el PSOE optó por la «geometría variable» (pactar con unos y con otros, a izquierda y derecha), pero se lo podía permitir, porque el PSOE, en solitario, ya estaba a pocos escaños de la mayoría absoluta. Sin embargo, sí que hubo otra ocasión en la que, como ahora, el PSOE tuviese que elegir entre dos posibles socios.

Ocurrió en 1993. Por primera vez en mucho tiempo, el partido más votado en las Elecciones Generales (el PSOE, 159 escaños) no había logrado la mayoría absoluta. Así que Felipe González, en lo que sería la última de sus votaciones de investidura, tuvo que buscar un partido que le apoyase para sumar los 176 escaños que otorgaban la mayoría absoluta.

Entonces como ahora, el PSOE tenía dos opciones: un partido de centroderecha (Convergència i Unió), o un partido que se ubicaba a la izquierda del PSOE: Izquierda Unida. Con ambos, el PSOE sumaba más de 176 escaños. Y González no lo dudó: escogió a CiU. Las propuestas del líder de Izquierda Unida, Julio Anguita, no se tomaron en consideración. Si acaso, se miraron con displicencia: «ya está otra vez este iluminado hablándonos de los males de Maastricht y la Comunidad Económica Europea». En cambio, con CiU la coincidencia en la política económica, en lo sustancial, era absoluta. Y además, CiU no molestaba: sólo quería lo suyo (la cesión del 15% del IRPF a las comunidades autónomas), y votaría «Sí» a lo que fuera menester.

Veinte años después, el PSOE ha vuelto a hacer lo mismo: en la tesitura entre virar a su izquierda o a su derecha, lo ha tenido claro. Pero con dos importantes diferencias: la primera, que con Ciudadanos no suma (ni de lejos), mientras que con Podemos, aunque tampoco sumaba, podía soñar con conseguirlo. El pacto con Ciudadanos, en la medida en que aleja a Podemos totalmente de cualquier voto favorable o abstención en la investidura, aboca a Pedro Sánchez a esperar que las presiones del «establishment» sobre el PP surtan algún efecto y este partido se abstenga, tolerando así un Gobierno apoyado en 130 escaños. Un escenario altamente improbable.

La segunda, que ninguno de los posibles socios del PSOE ahora tienen mucho que ver con los de 1993. Y no sólo por su peso en escaños, muy superior (IU obtuvo 18 escaños en 1993, y CiU 17). Sino porque Ciudadanos y Podemos son partidos que, en conjunto, se pueden disputar con el PSOE prácticamente todo su electorado, y de hecho aspiran a ocupar su espacio (algo que es muy claro en el caso de Podemos). El PSOE escoge a Ciudadanos no sólo porque le resulte más cómodo como socio, y porque le cree muchos menos problemas internos y externos (con las clases dirigentes españolas); sino porque ve en Podemos un rival cuyo proclamado entusiasmo por el pacto y el Gobierno de coalición de izquierdas es una mera impostura; un intento de dejar mal al PSOE.

Por eso la negociación entre PSOE y Podemos ha sido, desde el principio (que llegó muy tarde) y hasta el final (que se produjo muy rápidamente), una mera escenificación. O, si lo prefieren (y que me perdone la Fiscalía), un espectáculo de títeres para asentar un determinado relato de los hechos que condujeran a la inevitable ruptura.

Lo cual no significa que la maniobra del PSOE sea la más acertada. Puede servirle, quizás, para posicionarse en la postinvestidura (en estos momentos, parece más que claro que Sánchez no logrará los votos ni en primera ni en segunda votación). Pero en el camino el PSOE se ha dejado muchas plumas en la gatera. Sobre todo, en un pacto que no sólo no es de centroizquierda, sino que asume, en lo sustancial, los postulados de Ciudadanos, mientras que deja las medidas más izquierdistas que proclamó el PSOE en campaña electoral (derogar la Ley Mordaza, la reforma laboral, la LOMCE, etc.) en mera declaración de intenciones. Es un pacto pensado no sólo para sumar con Ciudadanos, sino con el PP. Como dijo, con clarividencia -por una vez- Federico Jiménez Losantos, el pacto refleja el programa electoral del PP de 2011. Aunque no creo que eso baste para que el PP de 2016 lo apoye.

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