Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La culpa del mundo

Como antes hizo con el inquietante Ambrose Bierce, el filósofo y escritor Miguel Catalán ha compuesto un librito, breve pero sustancioso, que se titula Franz Kafka o la acusación como condena, un tema siempre actual y no sólo en tiempos de la Inquisición o de los juicios de Moscú, cuando un rumor o una denuncia equivalía a ser «relajado por el brazo secular» o, con menos prosopopeya pero idéntica crueldad, fusilado. No hace mucho, a unos titiriteros se les acusó por lo que hacían sus muñecos, que es como culpar de la esclavitud del pueblo hebreo al guionista de Los diez mandamientos. Y las víctimas del 11M fueron escarnecidas por haberse dejado matar por las personas equivocadas. Toda víctima decente ha de serlo de ETA.

Entre los humanos siempre ha funcionado mejor, y en piloto automático, la presunción de culpabilidad que la de inocencia, de ahí la importancia de la segunda, aunque algunas afortunadas como Esperanza Aguirre puedan quejarse de la lentitud de la justicia en el caso Gürtel, cuando su partido hizo lo imposible por enviar a las tinieblas exteriores al temerario juez del sorprendente caso en el que el juzgador era castigado mucho antes que los chorizos que perseguía.

Pero ya digo, el autor (que también trama un copioso e inacabado Seudología, seis volúmenes, de momento, acerca de los engaños con los que nos gusta envolvernos) recurre a tres obras de Kafka para destripar con mucha lucidez los sólidos lazos entre culpabilidad, vergüenza, vigilancia, acusación y condena. El ojo de Dios, todo lo ve, pero, por si sufre alguna distracción, se multiplica en gallineros, tertulias y platós donde no hay honra o dignidad que, de existir, pueda salir indemne.

El no juzgues y no serás juzgado es la recomendación moral menos seguida en el mundo. Kafka escribía con un sentimiento de derrota anticipada y ante las quejas de su amigo Max Brod, le replicaba: «Sí hay esperanza, pero no para nosotros». Por mi parte creo que hay que actuar como si fuéramos capaces de torcer la voluntad del mundo y luego, reírnos a carcajadas por haberlo intentado.

Compartir el artículo

stats