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La medida del sueldo

El sueldo puede ser escaso o generoso, incluso excesivo, pero rara vez es un signo de corrupción, salvo que hablemos de las jubilaciones de oro de los directivos de bancos en apuros, que pateaban las cabezas de los impositores naufragados mientras se hundía el barco. Por cierto que Rita Barberá, que tan largona estuvo en la rueda de prensa, se le olvidó explicarnos por qué cobraba más que el presidente de cualquier autonomía y hasta más que el presidente del Consejo de Ministros del Reino de España, así no hay forma de aclararse con la jerarquía. Menos mal que no tenía ningún cargo orgánico, sino sería€¡María Dolorcitas de Cospedal, cuanto tiempo sin hablar de ella!

Cuidado. Como dice Daniel Innerarity «pagar un buen sueldo al político es de izquierdas». Y al carpintero y al portero de finca urbana. Pagar buenos sueldos es de izquierdas y santo, en general. Aunque no hace falta llegar a los extremos del alcalde accidental, por corrimiento, de Girona, Albert Ballesta, que por cinco mil euros más (al año), pactó su sueldo con Ciutadans y el PP, el hombre es españolista de cartera y soberanista en asuntos menores: la lengua, el liviano y otras vísceras. Luego se descolgó Ciutadans, intentó sucesivos pasteleos con PSC y ERC y en este momento está sin sueldo. Toda una comedieta de puertas.

El saqueo de los recursos públicos -general y evidente- ha excitado el sentimiento opuesto y justiciero, pero muy poca gente es austera y, aún menos, ascética. Lo importante no es el castigo de todos los chorizos, eso no ocurrirá nunca, sino un poco de justicia y los medios institucionales para que sea más, mucho más difícil delinquir a cuenta del dinero de todos. No hay que ser tan de izquierdas que perdamos de vista que el hombre (o la mujer) expuesto a demasiadas tentaciones, suele caer en ellas. Por eso los funcionarios de Hacienda tienen buenos sueldos. Preventivamente. La gente es tan rara que hasta acusa a los políticos de ambición que me parece un requisito previo. Eso y el amor a la liturgia (civil) que siempre sale por un pico en gastos de representación.

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