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Eximios exiliados

Escuché el otro día en un programa cultural de la radio una necrológica dedicada al dramaturgo José Ricardo Morales, uno de esos eximios exilados en los que por desgracia tan prolífico fue nuestro país a raíz de la derrota de la República. Murió este mes de febrero a los 101 años en Chile, el país que tan generosamente le acogió y al que llegó de joven en el buque Winnipeg, fletado expresamente por el poeta y diplomático Juan Pablo Neruda para trasladar a dos mil doscientos refugiados españoles desde Francia.

En Francia, Morales se había visto recluido en el campo de internamiento de Saint-Cyprien, uno de los varios que crearon las autoridades de ese país para encerrar en las condiciones más miserables, que provocaron la muerte de muchos de ellos, al medio millón largo de españoles huidos de la represión desatada por Franco.

Conviene recordar hoy aquella ignominia cometida por el Gobierno francés de Edouard Daladier cuando ahora Europa se enfrenta a la llegada de cientos de miles de personas que, huyendo de la represión y de la destrucción de sus países, llaman desesperadamente a nuestras puertas.

Pero la noticia de la muerte de José Ricardo Morales, un intelectual que contribuyó poderosamente a la vida cultural chilena, pero casi olvidado en la a veces tan desagradecida España de la democracia, me ha hecho pensar al mismo tiempo en otros como él.

Por ejemplo, en los grandes poetas Juan Larrea o León Felipe, contemporáneos de Juan Ramón Jiménez, exiliados y fallecidos en Argentina y México respectivamente, o en el filósofo José Gaos, «trasterrado», como él decía, y muerto también en México.

Este último fue objeto de depuración al final de la guerra junto a otros catedráticos de distintas disciplinas como el físico Blas Carrera, el profesor de Derecho y político Luis Jiménez de Asúa o el médico y también político Juan Negrín, que acabaron todos ellos exilados. Una orden ministerial del Gobierno franquista justificó a la depuración de esos y otros profesores universitarios por la que calificaba de «pertinaz política antinacionalista y antiespañola en tiempos precedentes al Glorioso Movimiento Nacional».

Cuando se habla tanto ahora de cambiar el nombre de calles que recuerdan a militares felones o a divisionarios que lucharon junto al Ejército de Hitler, ¿no sería de justicia conmemorar con las oportunas placas biográficas en calles o plazas a personajes como José Ricardo Morales?

Eximios exiliados todos ellos que contribuyeron poderosamente a la vida cultural y universitaria de los países que, como México, Argentina y Chile, tan desinteresadamente los acogieron y supieron valorar su talento.

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