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Fa dia de Falles

Si de algo entendemos los valencianos es de Fallas, inmodestia aparte y clima incluído. Salimos a la calle, a callejear, que es nuestro medio natural y habitual, y nos convertimos en avezados meteorólogos. Nuestra mejor predicción, el «fa dia de Falles».

Se trata de cuando el día es radiante, luminoso, acariciador, anunciador de que los rigores del invierno se están yendo y llega la primavera. Hay dos meses del año que nos encantan a los nativos del lugar, marzo y mayo, por la especial bondad de su clima.

Antonio Machado gustaba de pasear por Viveros cuando la guerra nos lo envió en dulce exilio „los Jardines le tienen dedicado paseo„ y le sedujo nuestro mes de marzo: «Estas rachas de marzo, en los desvanes/ -hacia la mar- del tiempo; la paloma/ de pluma tornasol, los tulipanes/ gigantes del Jardín, y el sol que asoma/ bola de fuego entre morada bruma, / a iluminar la tierra levantina/». Nunca mejor expresado, el sol de marzo que ilumina y ahuyenta el invierno.

El incipiente calor del sol marcero nos anima a vestir primaveral, incluso veraniego, nos pone nerviosos por guardar la ropa de abrigo y lucir las prendas del estío. Con ellas vamos a mediodía a la mascletà, dejando que el clima se cuele en nuestra sangre y la alborote, rompa con la rutina diaria, que de eso se trata.

Los valencianos, tan dados a criticar en voz baja por todo, no nos quejamos para nada de marzo, y justificamos que llueva alguno día de Fallas, o haga viento, por ser lo que toca, concesión al regalo que siempre nos suele hacer el tiempo. El especial clima, o microclima de Fallas, saluda el primer mes fuerte de nuestro año vital festivo, herencia en el subconsciente de la memoria histórica de nuestra colonización romana.

El nombre de Marzo deriva de la palabra latina «martius», el dios Marte, hijo de Júpitery Hera, a quien los romanos consagraron este mes, que era el primero de su calendario. El dios Marte es padre de Rómulo y Remo fundador de Roma y Valencia está fundada por los romanos «ab urbe condita», a la manera de Roma.

Este clima tan especial y la primavera nos altera y electrifica, nos pone nerviosetes a los valencianos, nos hace vibrar, echarnos a la calle más de lo habitual, y constituirnos pueblo en marcha, piña de gente, que, codo con codo, zascandilea, saborea y se deleita de un abigarrado programa de fiestas que aparecen por todas partes de la ciudad como hongos . Más no se confíe, al atardecer refrescará y por la noche tendrá frío, del que le salvarán la multitud de puestos de chocolate, churros y buñuelos, en plan after, noche y día sin parar.

Si viene de países del norte, va a estar feliz en Valencia, con su sol, su luz de Sorolla, con los mitológicos dioses aposentados sobre el Mediterráneo, las anchas playas de la Malvarrosa, la serena Albufera. Llega usted a la «Valencia de fecundas primaveras» que cantara Machado.

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