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Las batallas de siempre

Lo paradójico es que rotos los puentes entre todos „excepto entre Rivera y Sánchez„ la salida al actual bloqueo solo tiene dos alternativas aparentes. Y en ambas, la pieza imprescindible es el PSOE.

Desmantalada la ficción de la nueva y la vieja políticas, unificadas al final en la política, a secas, a la hora de acceder el poder, el panorama político español pasa a definirse ahora mismo en una lucha a muerte por la hegemonía en cada uno de los bandos clásicos: izquierda y derecha. Nada nuevo tampoco bajo nuestro sol. La derecha ya vivió su propia lucha entre UCD y AP, que terminó en la fundación del PP... y hasta hoy. La izquierda vio como el PCE perdía pie frente a un PSOE que se convirtió en hegemónico... y hasta hoy también.

Pero el desgaste del sistema de alternancia de las últimas décadas, unido a los efectos demoledores „en lo económico y en lo social„ de la crisis financiera de 2007 han provocado la aparición de esas nuevas fuerzas que aspiran a desalojar de su hábitat a las hasta ahora dominantes. Y eso se escenificó de forma muy plástica en la segunda sesión del debate de la investidura fallida del candidato socialista Pedro Sánchez. Los ataques furibundos del presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, al del PP, Mariano Rajoy, y del líder de Podemos, Pablo Iglesias, a los socialistas, evidencian el punto de enconamiento en que se encuentra esa lucha por el voto de derecha por una parte, y de izquierda, por otra.

Lo paradójico de esta situación es que rotos los puentes entre todos ellos „excepto entre Rivera y Sánchez„ la salida al actual bloqueo solo tiene dos alternativas aparentes. Y en ambas, la pieza imprescindible es el PSOE. PP y Podemos se han apresurado a comunicar que la próxima semana llamarán al candidato socialista para dialogar, después de haber frustrado su investidura. Es un laberinto endiablado. Sin embargo, todos se sienten obligados a conversar ante la posibilidad „aunque sea remota„ de formar Gobierno. Ya se sabe el poder que da controlar el BOE...

El horizonte de elecciones empieza a ofrecer resultados equívocos una vez escenificada la investidura frustrada. Los papeles pueden haberse invertido y a nadie puede interesar arriesgar en una nueva convocatoria adelantada en un panorama de hastío ciudadano. La percepción del papel de cada cual „desde la responsabilidad hasta la ofensa personal„ puede convencer al fiel, pero puede tener unos efectos impredecibles sobre el grueso del cuerpo electoral.

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