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¿Adónde va la Unión Europea?

Del compromiso entre generaciones para asegurar el bienestar presente y futuro, hemos pasado a un Europa a la carta cuyas víctimas van a ser los mismos ciudadanos europeos, ahora asombrados con la migración de los desesperados de la guerra, el hambre, la enfermedad y la ausencia de expectativas. Como ayer ellos mismos, esto es, nosotros.

La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres» (artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, vigente y que obliga a todos los Estados)

En este momento, al menos dos miembros „Polonia y Hungría„ incumplen la práctica totalidad del precepto. Otros, como Estonia o Letonia, incurren en lo mismo con un 30 % de población de la minoría rusa.

Las leyes mordaza aprobadas por el PP o la aplicación de medidas restrictivas recorren el continente de las libertades y las garantías, conculcando no solo el tratado citado, sino también el de funcionamiento de la Unión en lo que se refiere a la libertad de movimientos de la ciudadanía, el derecho de asilo y alguno más del llamado acervo común.

La incapacidad para gestionar el flujo migratorio se traduce en medidas de coerción, en la salvaje erección de muros, alambradas, la recreación siniestra de los campos de concentración que creímos cerrados para siempre.

La sustitución de los valores democráticos por los valores tangibles o intangibles del dinero ya es un hecho. En la práctica, la Unión Europea está dirigida por gentes que no han sido elegidas por la ciudadanía, ni por la representación de ésta en el Parlamento.

Juncker y Dijsselbloem pueden constituir un ejemplo de la doble moral que se ha instalado en las instituciones comunitarias. Uno, como primer ministro de Luxemburgo, otro como ministro de Hacienda de Holanda, han procurado crear sendos paraísos fiscales para beneficio de los especuladores de sus respectivos países, disfrute de los evasores del resto y regocijo de las empresas de la globalización, antaño multinacionales. Los zorros, al cuidado del gallinero.

La sustitución de los valores fundacionales, la erosión de nuevos derechos al bienestar para el conjunto de las poblaciones europeas, alcanza las mayores cotas de cinismo en dos aspectos. El llamado brexit y el clandestino TTIP.

Los conservadores ingleses convocan un referéndum a sabiendas de que van a votar por quedarse. Entre otras razones, porque los escoceses lo tuvieron y tienen claro: prefirieron Europa. Como la City, que acumula más del 10 % del PIB británico.

Nadie se ha molestado en explicar con detalle las ventajas del TTIP para las familias, los individuos o las pymes. Un reducido grupo de funcionarios, en connivencia con los representantes de los intereses de las corporaciones norteamericanas, acuerda temas que nos afectan a todos. La cacareada soberanía cuando se trata de reivindicaciones nacionalistas internas, queda liquidada escandalosamente. Si una corporación decide impugnar la legislación del Estado, éste habrá de allanarse al veredicto de un arbitraje pagado por la demandante: ejemplo de confianza en la justicia, la del Estado demandado y de los tribunales de la Unión Europea.

Como señaló recientemente el primer ministro italiano Renzi, la Unión Europea no trabaja para nuestros nietos, ni siquiera para nuestros hijos; o para nosotros mismos, añado.

Del compromiso entre generaciones para asegurar el bienestar presente y futuro, hemos pasado a un Europa a la carta cuyas víctimas van a ser los mismos ciudadanos europeos, ahora asombrados con la migración de los desesperados de la guerra, el hambre, la enfermedad y la ausencia de expectativas. Como ayer ellos mismos, esto es, nosotros. Víctimas, los ciudadanos agitados por los peores fantasmas del pasado, el autoritarismo fascista, el racismo, la xenofobia.

El mercado, el trabajo para los valencianos es Europa. Los clientes de nuestros productos, agrícolas o industriales. O el turismo pendiente del flujo europeo, británico, francés, alemán, italiano, e incluso allende la frontera de la UE, Rusia. La UE la necesitamos para contribuir a la financiación de infraestructuras fundamentales, como la ferroviaria del corredor mediterráneo siempre pospuesta. Sin olvidar que un ochenta por ciento de la legislación interna es trasposición de las normas de la Unión Europea.

No recuerdo ningún debate en profundidad sobre estos temas durante el alborotado gallinero postelectoral o en las propuestas de formación de gobierno. Igual, trastornado como alguien me calificó, me lo perdí. Aunque podría ser que el tema se redujera al 3 % del déficit en la triste noche de mayo de 2010.

Por supuesto que en estos casos la responsabilidad es nuestra, de nuestros dirigentes y de una ciudadanía que tendrá que reflexionar a quién y a quiénes otorga su confianza, urna mediante.

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