En una sociedad bilingüe como la nuestra, el problema con la llengua siempre ha sido el mismo: el de su uso (su normalización, su promoción). Pero ese protoproblema fue ficticiamente enmascarado por el problema entre los defensores de la unidad y los de la diferencia. Un problema alentado desde diferentes trincheras que compartían algo en común: que no la usaban. Parece que el problema más aparente ha encontrado un posible camino para la pacificación o la solución con esa voluntad de acuerdo entre la AVL y la RACV. A pesar de todas las resistencias en la metalingüística (cuando hablamos de lo que hablamos), algo se mueve entre los que la hablamos, la leemos y la escribimos (así o asá: la frecuentación y el roce terminará a la larga con el conflicto o posibilitará una coexistencia pacífica sin traidores: permítanme la ingenuidad y la esperanza). Entre tanto, el problema de fondo sigue dando coletazos. Ahí tienen la campaña lanzada en internet por cinco profesores de la Facultat d´Economia bajo el bonito lema que lleva por título «No a la discriminación lingüística en la contratación de profesores de la UV» y que se oponen a la exigencia del requisito lingüístico. En realidad, no hay discriminación: exigir el conocimiento de las dos lenguas cooficiales parece razonable. Pero no quieren entender que su deber de conocerlas es una condición necesaria de nuestro derecho a utilizarlas, también en el ámbito académico. ¿Discriminación lingüística? ¡No hurguen en la herida!

Creo, como en la primera versión de Manuela Carmena, que las izquierdas se equivocan al no abstenerse en la investidura del candidato del PSOE. Presuponen que en una próxima ocasión la cosa será distinta y mejor: quizá no. Creo que, en este contexto, es un error exigirle a otro que haga lo que no ha hecho o que deshaga lo que ya hizo. Es preferible actuar (en vez de esperar a que actúen) y tomar la mejor decisión posible. Puedo imaginarme un gobierno del PSOE obligado en el Parlamento por las decisiones de los que ahora le dicen no a alejarse de Ciudadanos y aceptando las perpectivas de las políticas de izquierdas. Se podría conseguir después lo que ahora se les exige de antemano. Eso o yo qué sé.

Los besos tienen ideología.

La exposición «Entre el mito y el espanto», un título precioso y una gran idea, que pueden ver en el IVAM, no funciona en lo del mito y no recoge suficiente espanto. Aunque critique, no soy un crítico, pero encuentro más mito en el libro de María Belmonte «Peregrinos de la belleza» (Acantilado) y más espanto en los noticieros. Por ejemplo. La exposición de Gillian Wearing, sin embargo, o la dedicada a Grete Stern, fueron magníficas: un pozo sin fondo al que acudí varias veces. En la otra, antes de entrar, ya la has visto.